Miguel
Ángel Sánchez de Armas
El pasado jueves 19 se conmemoró el Holocausto,
episodio que será vergüenza de la humanidad
hasta el final de los tiempos y que nunca debemos olvidar.
Publiqué por primera vez este texto en el 2006 y desde entonces
cada año lo comparto con los lectores de JdO.
En el verso de Martin Niemöller, una voz que
parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los
judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los
comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por
los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego
vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.
El silencio y la ceguera inducida o voluntaria
casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en
Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en
los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra
quemada en Sudáfrica; el Holocausto. En estos episodios, de entre una lista
que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una
constante. Las primeras noticias de los campos de concentración nazis fueron
relegadas a pequeños espacios interiores por los editores judíos del New
York Times para no dar la impresión de que eran manipulados por la
propaganda.
En la última semana de abril conmemoramos los
“días del recuerdo” del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos
aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalém,
en el Museo del Aparheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga,
Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gúlag soviético; en el recuerdo de
los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria que es la única
defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre
cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.
Al revisar los archivos, descubro que desde 1933,
aquí y allá, en diarios norteamericanos locales de poca circulación, se dieron noticias que
debieron haber sido como focos rojos; compruebo una vez más que las hemerotecas
son como dedos acusadores.