Miguel Ángel Sánchez de Armas
(Publiqué este texto en seis partes entre diciembre de 2004 y enero del 2005 en el semanario xalapeño Punto y Aparte en donde aparece semanalmente la columna “Juego de ojos”. Creo que es un documento importante para entender aquellos años de la “guerra sucia” mexicana. A continuación el texto íntegro, como fue fue entregado en una copia al carbón por “Elías” un frío domingo a media mañana en su celda del penal de Topo Chico en Monterrey.)
En diciembre de 1978, en el penal de Topo Chico en Monterrey, “Elías”, preso político, me entregó el testimonio escrito de su participación en la guerrilla urbana y su vida en prisión para que lo publicara “cuando las cosas cambiaran”.
Tuvieron que transcurrir más de seis lustros, pero “las cosas cambiaron”. Tanto, que el policía que lo arrestó y torturó, a su vez fue internado en la misma cárcel y está sujeto a un proceso penal por una fiscalía especial que investiga la guerra sucia mexicana.
Estas cuartillas recogen la visión de un joven que eligió el camino extremo. Personalmente estoy en desacuerdo y así se lo hice saber al autor, pero el periodista tiene la obligación de recoger todas las voces, y la de “Elías” nos recuerda una dolorosa parte de la historia de México que no debemos olvidar para que nunca se vuelva a repetir.
Salvo algunas correcciones ortográficas, lo presento tal y como me fue entregado aquella fría mañana de domingo hace ya 26 años, en otro México.
En 1968 tuve relación con la problemática de la guerrilla. Por esos días estudiaba en una Escuela Superior de Agricultura, recién fundada en Ciudad Mante. Tamps. Era un estudiante de escasos recursos económicos, por eso trabajaba y estudiaba al mismo tiempo.
Esta escuela de agronomía, fue fundada por un grupo de profesionistas de ese lugar en 1965. Los primeros años funcionó por cooperación, mientras era reconocida por el Gobierno del Estado. Algunos comerciantes, agricultores y sindicatos de obreros y campesinos de la región, daban su apoyo económico. Pero el más importante respaldo fue el de los profesionistas, que impartieron clases gratuitamente más de tres años, y el de los obreros y campesinos cooperativistas del Ingenio del Mante: empezaron por prestarle a la incipiente escuela un edificio de la cooperativa, luego acordaron darle una determinada cuota económica por cada tonelada de caña de azúcar, y por último, entre otras cosas importantes, le donaron parte del terreno que actualmente ocupan sus modernas instalaciones. Con el nombre de General Lázaro Cárdenas del Río fue bautizada la escuela a petición de ellos; porque en el régimen presidencial de éste le fue expropiado a Elías Calles dicho ingenio cañero, hoy convertido en cooperativa.
Naturalmente que quienes integramos el alumnado de esta escuela, éramos jóvenes de precarios recursos económicos por lo que no podíamos realizar estudios en otras ciudades distantes, además de que no se contaba con escuelas de nivel superior.
Por mi parte, era de los contados casos de estudiantes que habían llegado de fuera de la región, pues mi lugar de origen es Río Bravo Tamps., donde viven mis padres y mis trece hermanos menores. Hacía varios años que me había convertido en esa especie de estudiante peregrino que sin dinero y a puro valor marino se van a buscar trabajo en las ciudades que tienen escuelas superiores, donde pretenden su superación personal.