El año llega a su fin y en el albor de la estación política sexenal mexicana ni los frentes fríos logran marchitar la verdura polaca que ya se esparce por los campos, montes, llanos y planicies de la nación. Pero un viejo escéptico como el que semana a semana pergeña JdO no puede contagiarse del entusiasmo que vibra en el ánimo de nuestra clase electoral. Más bien cierta desazón me hace pensar, con Alan Paton, que la amada República clama.
Por ello, y dado que el análisis político coyuntural está satisfecho por la miríada de plumas que nos asaltan a diario desde las páginas de los impresos informativos, lo mismo que mi admirado Catón me apartaré de lo importante para incursionar en lo frívolo.
Un amigo dice que soy un “diccionario ambulante de inutilidades”. ¿A qué se debe tan duro juicio de quien durante años ha comido y bebido a mis costillas? A ciencia cierta no lo sé. Creo que se inflamó cuando en un centro de salud lo reté a que diera el nombre de la mamá de Foforito Cantarranas, hijo natural de don Susano y adoptivo de los Burrón, y el cretino respondió que la Divina Chuy. ¡Hágame usted el favor!
(Algo parecido me ocurrió en octubre del año pasado durante la XIII reunión de historiadores de México, Estados Unidos y Canadá en Querétaro. Una doctora en historia presentó un trabajo –paper, se les llama en la Academia- con el mismo error… y yo, ponente en la mesa, cometí el error de enmendarla en público. ¡Los dioses en el Olimpo de Marfil no acaban de desahogar la ira de la quejosa, quien, sobrina que es de un ex gobernador del estado en donde las tlayudas parieron al queso de hebra, no puede ser identificada de momento! Pero de que quería exprimirme el cogote entre sus regordetas y morenas manos, no tengo duda.)
Es ridículo incurrir en tal despropósito de consanguinidad, pues como todo mundo sabe, Foforito no tiene madre; nunca la tuvo. A Gabriel Vargas, el genial autor de la historieta con más sociología mexicana que la obra de Samuel Ramos, se le olvidó. Así como lo escucha. “Cuando me di cuenta ya habían pasado varios números y de plano no moví las cosas”, me dijo en una entrevista en el 2001.
¿A usted le parece un dato inútil? Cierto que no contribuye a la paz mundial ni alivia los niveles de ozono en la atmósfera y tampoco infunde inteligencia en los redactores de boletines oficiales. Pero caray, no puede uno andar por la vida creyendo que el joven ayudante de “El Rizo de Oro” es hijo de aquella bailarina de dudosa fama y peor conducta. Es como hablar de los Burrón sin saber el nombre del perro de la familia o el apodo del hijo mayor (mis cultos lectores están en posesión de estos datos, mas para el caso de que esta columna cayera en manos impías, al final doy la respuesta).
Yo no creo que sea una necedad saber que el nombre completo del Pato Donald es “Donald Fauntleroy Duck”, que las jirafas se limpian las orejas con la lengua, que los delfines duermen con un ojo abierto, que el ojo de una avestruz es mayor que su cerebro, que los diestros en promedio viven nueve años más que los zurdos, que el músculo más poderoso del cuerpo humano es la lengua, que es imposible estornudar con los ojos abiertos, o que el “cuac” de un pato no produce eco.
De tarde en tarde este diletantismo intelectual arroja luz para entender hechos “serios”. Por ejemplo, si en 1997 la industria aérea norteamericana ahorró 40 mil dólares con sólo eliminar una aceituna en cada ensalada servida a los pasajeros, ¿queda clara la importancia de ahorrar medio dólar en cada barril de petróleo extraído de los campos del medio oriente aunque ello signifique invadir un país y la muerte de jóvenes estadounidenses y civiles iraquíes?
Es incalculable el dinero, el tiempo, la energía y el talento que se destinaron a la producción de las bombas atómicas que calcinaron a cientos de miles de seres humanos -principalmente niños, mujeres y ancianos- en Nagasaki e Hiroshima y que desde entonces tienen a la humanidad con el Jesús en la boca. ¿Por qué no se dedicaron iguales recursos para domesticar esa energía y aplicarla en beneficio de la especie cuando es de todos sabido que un kilogramo de masa, transformado en energía, equivaldría a 25 mil millones de horas kilovatio de electricidad, y que el combustible contenido en una pasa es suficiente para satisfacer las necesidades de alumbrado durante 24 horas en la ciudad de Nueva York?
Pero ya basta. Estoy fatigado. A diferencia de mi admirado Catón, hoy no lanzaré catilinarias a nuestros estadistas. Mejor comparto con usted algunos otros conocimientos adquiridos durante los momentos de ocio productivo que proporciona el no dedicarse el análisis político:
Millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y luego no recuerdan dónde quedaron. Así como la mala memoria de estos animalitos es una contribución directa a la oxigenación, la glotonería de los ratones voladores que conocemos como murciélagos permite que en la mesa de usted se sirvan diversas frutas: hay semillas que primero tienen que pasar por el intestino de uno de estos quirópteros (mus, muris - ratón; caeculus - diminutivo de “ciego”) para germinar. Piénselo la próxima vez que le meta diente a un mango.
Comer una manzana es más eficaz que tomar un café para mantenerse despierto.
Nadie es capaz de tocarse el codo con la lengua.
La miel es el único alimento que no se descompone: las ofrendas de miel halladas en las tumbas de los faraones podrían bañar el cereal o los jotqueics del desayuno de los arqueólogos.
De todo el helado que se vende en el mundo, un tercio es sabor vainilla. La marca no la sé.
La “j” es la única letra que no aparece en la tabla periódica de los elementos.
Una sola gota de aceite de motor puede contaminar 25 litros de agua potable.
La Torre Eiffel no siempre fue el símbolo peculiar de la Ciudad Luz. Cuando se construyó, turbas enfurecidas quisieron remover el mamotreto, al que consideraban tan poco estético como la escultura de Sebastián en la antigua glorieta de Carlos IV. Y en los años siguientes, fue “vendida” en por lo menos dos oportunidades, episodios luminosos en la historia de los grandes embaucamientos que algún día narraré aquí.
El himno nacional mexicano está registrado a nombre de un particular en Estados Unidos. No se sabe si ha intentado cobrar regalías por su uso en los honores a la bandera embajada y consulados.
El 25 de septiembre de 1954, el abogado chileno Jenaro Gajardo Vera reclamó ante el registro público de la propiedad de su país la propiedad de la luna. Como en las leyes vigentes no se encontró una disposición en contrario, por lo menos en aquella parte del mundo él es legítimo propietario del satélite de la tierra.
En 1849, un esclavo negro llamado Henry Brown pudo escapar a la libertad cuando fue enviado por correo en una caja desde Carolina del Norte a Filadelfia. No se sabe cuánto pagaron de tarifa postal sus cómplices.
Además del hombre, los únicos animales capaces de reconocerse en un espejo son los chimpancés y los delfines... y algunos políticos.
Reír durante el día permite descansar mejor en la noche.
Y con esto pongo final a las entregas de JdO de noviembre. Como ha sido costumbre a lo largo de los años, en la primera semana de diciembre haré un regalo de Navidad a los lectores que me hicieron el favor de leerme y tomaré un respiro hasta después del Día de Reyes. La respuesta a la interrogante planteada al comienzo es: “Wilson” y “Tejocote”.
P.D. ¿Intentó lamerse el codo?
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
30/11/11
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