Miguel Ángel Sánchez de Armas
A Magsa, en su día.
Al comentar la rapiña romana en la conquista de Bretaña y cómo después de la destrucción de Cartago los soldados imperiales labraron la tierra con sal para que jamás volviese a florecer la vida, Cornelio Tácito consignó para la historia la frase que hasta hoy parece explicar las conductas de potencias que se disputan los territorios del mundo: “Hicieron un desierto y le llamaron paz”.
En un espléndido artículo publicado tiempo ha, el periodista norteamericano Alejandro Gómez recoge la siguiente anécdota: “Napoleón explica a su canciller, el pragmático y sagaz Talleyrand, su estrategia para consolidar la ocupación de España, y éste le responde: “'Sire, las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas”'.
¿Podría un ignoto historiador reseñar una era, por breve que fuera, que se hubiese significado por una paz casi absoluta? Lo dudo mucho. Desde las disputas con piedras y mazos de hueso entre homínidos y homo-sapiens (¿recuerda el lector la espléndida primera escena de Odisea 2001?) hasta, los dioses no quieran, la cuarta guerra mundial que según la aguda observación de Einstein se libraría con piedras y palos, parece que nuestra humanidad está condenada a vivir inficionada con un virus más mortal que el SIDA: el del agresivo tribalismo-nacionalismo-patrioterismo-religioserismo (TNPR) que incubó heroicos episodios que van desde las guerras púnicas hasta la campaña del desierto, pasando por Grunwald, Trafalgar, Crimea, las dos guerras mundiales, la guerra civil española y un largo etcétera, sin olvidar el bello lance en que la estupidez imperial de la Pérfida Albión se enfrentó a la estupidez patriotera de los milicos argentinos en las Falklands – Malvinas, escaramuza que fue notable sólo porque el torturador Alfredo Astiz, llamado “el ángel de la muerte”, fue el primero en rendirse tembloroso cuando frente a sí tuvo a soldados armados y no a monjas atadas de pies y manos.