Así que con permiso de mis 272 visitantes (que no sé si sean lectores), echo al ruedo mi cuarto de espadas.
Primero, lo que mi admirado y querido Humberto Musacchio publica en su columna este día:
"En varias obras enciclopédicas Gabriel García Márquez aparece como nacido en 1928, pero otras consignan 1927 como el año de su arribo al mundo. Incluso, el Pequeño Larousse Ilustrado que databa su nacimiento en 1928, en una edición reciente hizo la corrección. Para acabar con las dudas, Colombia celebra los 85 años del divo de las letras y lo da por nacido el 6 de marzo de 1927, lo que está muy bien. Un tabloide de la ciudad de México se unió a la celebración y ayer publicó La soledad de América Latina, texto que presentó como el “discurso del escritor… al recibir el Premio Nobel de literatura”. En realidad es el texto de la llamada Conferencia Nobel, que se celebra un día antes de que el rey de Suecia entregue los muy codiciados galardones, acto en el que los recipiendarios no dicen palabra alguna."
Luego una de mis fotos favoritas seguidas de la edición de Juego de ojos del 24 de marzo de 1997 escrita en ocasión del cumple setenta del autor de Cien años de soledad, libro que con todo y lugar común, sí marcó mi vida (de cuyas páginas puedo citar de memoria, con los cuates, en la cantina o en la feria del libro a la que me inviten). Va, pues.
Juego de ojos...
n Periodismo, literatura y erudición
Miguel Angel Sánchez de Armas
(24 de marzo de 1997: con el formato viejito)
Gabriel García Márquez detesta las entrevistas, según sé. Hace bien. Su oficio es escribir. Más libros y menos declaraciones, eso es lo que queremos sus lectores en todo el mundo.
Viene a cuento lo anterior por los borbotones de tinta que hizo brotar el triple aniversario del escritor. Cincuenta años de periodista, setenta de edad y treinta de Cien años de soledad, no son poca cosa para críticos y analistas. Son fechas mágicas.
Confieso que al ver en las secciones culturales de los diarios espacios conmemorativos brotar como hongos y escuchar en una estación sí y otra también programas dedicados al trianiversario, me apenó no estar sumado al homenaje. Después de todo don Gabriel nació al mundo de las letras en pañales de reportero, igualito que yo.
Decidí pues subsanar la omisión y dedicar “JdO” al tema. Busqué en mi archivo, pedí libros y ensayos, hablé con expertos e intelectuales, medité, reflexioné... y recuperé un sentimiento que creía olvidado desde mi paso por la enseñanza de las letras: así como don Gabriel no simpatiza con las entrevistas yo no tengo maldito gusto por la hermenéutica literaria.
¿Qué es lo que realmente interesa? ¿Leer y disfrutar una obra o descubrir las verídicas o supuestas motivaciones del autor ante la página en blanco?
Con la generosidad que le es característica, Omar Raúl Martínez puso en mis manos una joya de su biblioteca para ilustrarme: Entre cachacos-1, volumen III de no sé cuantos editados en 1983 para analizar la obra del aracataqueño (¿así se dice?). En el libro, Jacques Gilard emplea 72 de las 411 páginas, el 17.5% del texto en letra de 9 puntos, para llegar a conclusiones tan asombrosas como que don Gabriel fue en realidad muy mal crítico de cine, o que en numerosísimos textos anónimos en El Espectador de Bogotá y El Heraldo de Barranquilla pueden detectarse indicios que eventualmente llevarían a suponer que habría altas probabilidades de que el joven Gabriel hubiese intervenido en su redacción. O joyas como ésta (p. 53): “Está claro que la práctica del reportaje le sirvió (a García Márquez) como una forma de preparación antes de emprender la redacción de obras literarias”. !No, pos’ sí!
Algún oscuro placer debe entrañar, supongo, el ejercicio de rastrear y recuperar textos reconocidamente menores y llegar a la conclusión de fueron justo 67 en el periodo analizado, número que crecería a 70 “si se tienen en cuenta dos reportajes anónimos pero atribuibles a García Márquez”. Que me maten si sé cómo tal muestra de cuestionable erudición beneficie a la obra.
Leo en “El Angel” de Reforma (9 de marzo) el ensayo de Carlos Rubio Rosell titulado “Volver a la semilla”: “¿Dónde nace el mundo de Gabriel García Márquez?, ¿por qué, de qué manera y cómo se amamantó la imaginación del autor de Cien años de soledad?, ¿dónde están las claves que engendraron esa narrativa poderosa, desbordante, alucinada, del hombre?”, y me pregunto: ¿tener conciencia de todo eso me haría vivir mejor la obra? Como diría el indeciso, pu’e que sí, pu’e que no. En todo caso, ¿importa? Puedo citar de memoria pasajes enteros de Cien años de soledad, obra que conocí en la primera edición que llegó a México, la de Sudamericana, con la portada azul de las carabelas. El libro me mantuvo sin dormir durante meses. Lo leí y releí como creo ninguno otro desde entonces. Me enamoró fatalmente, al extremo de que no ha habido otro de don Gabriel que me haya provocado ni un pensamiento de infidelidad. ¡Al carajo las oscuras motivaciones del escribidor frente a la hoja en blanco! Choquemos las copas por la existencia de la obra entre nosotros y todo lo que ella nos dio.
El mismo Rubio Rosell nos convida con otro espléndido ejemplo de cómo se puede retroalimentar y enredar hasta que la materia del análisis quede irreconocible incluso para el autor que la parió: “’El germen, el humus de todo ese portento (García Márquez, of course) está en sus primeros diez años de vida. Y su mundo literario no podía venir de otra cosa sino de ahí, de esos años que fueron decisivos para que surgiera el escritor que (GGM) es’, dice el escritor Dasso Saldívar”, quien, nos informa un poco más adelante Rubio Rosell en el artículo citado, invirtió nada menos que 20 años de su vida en una biografía de don Gabriel. Lástima que nadie le haya informado al señor Dasso que no sólo García Márquez, sino todos los humanos, tenemos el germen de nuestro humus (?) en ese periodo crítico de la vida. En fin. Yo regreso a leer Cien años... y me vale que el mentado humus haya surgido en los diez, veinte o treinta primeros años de GGM. El libro, la obra, ya es mia.
Hoy, sin cargar a cuestas tantos aniversarios como don Gabriel, está de moda Arturo Pérez-Reverte, otro periodista devenido escritor, el hispano cuya pluma es ciertamente un poderoso imán. De paso por México cubrió la imprescindible cuota de entrevistas que la mercadotecnia exige para el éxito de ventas del producto. Repaso las entrevistas con las mismas, cajoneras, simplonas, bobas preguntas de siempre (“Discuple, maestro, ¿escribir es una batalla diaria?” ¿Por qué no mejor plantear cuestiones realmente de interés, como, por ejemplo: “¿Señor, por qué maúllan los gatos?”) para las cuales existen las mismas cajoneras, simplonas, bobas respuestas de siempre. ¡Si lo que importa es la obra, no cómo fue! Y me sorprende este escritor. Dice en alguna entrevista que la literatura, entre otras cosas, le dio independencia. Cito de memoria: “Antes, si insultaba a un ministro, perdía el empleo. Ahora, mis libros se venden. Decidí nunca más hablar con alguien que me cayera mal”. Pues desde mi modesta óptica, don Arturo sólo pasó de una tiranía a otra. Hoy es el mercado el que le obliga a hablar.
¿Conclusión? Parece que caí en el mismo pecado que intenté exhibir. Pero bueno, disfrutemos el buen periodismo y la buena literatura sin intermediarios.
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