Juego de ojos

"Juego de ojos" es la columna que escribo desde hace más de 20 años. Tomé prestado el nombre a Elías Canetti.
A lo largo del blog se alternan las ediciones de la columna con trabajos académicos, ponencias y noticias de libros que he presentado en México y en el extranjero.
(Este sitio dejó de actualizarse a partir del 30 de junio de 2012.)

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domingo, 25 de marzo de 2012

Documento - Diario de prisión de un guerrillero urbano

Miguel Ángel Sánchez de Armas





(Publiqué este texto en seis partes entre diciembre de 2004 y enero del 2005 en el semanario xalapeño Punto y Aparte en donde aparece semanalmente la columna “Juego de ojos”. Creo que es un documento importante para entender aquellos años de la “guerra sucia” mexicana. A continuación el texto íntegro, como fue fue entregado en una copia al carbón por “Elías” un frío domingo a media mañana en su celda del penal de Topo Chico en Monterrey.)



En diciembre de 1978, en el penal de Topo Chico en Monterrey, “Elías”, preso político, me entregó el testimonio escrito de su participación en la guerrilla urbana y su vida en prisión para que lo publicara “cuando las cosas cambiaran”.
Tuvieron que transcurrir más de seis lustros, pero “las cosas cambiaron”. Tanto, que el policía que lo arrestó y torturó, a su vez fue internado en la misma cárcel y está sujeto a un proceso penal por una fiscalía especial que investiga la guerra sucia mexicana.
Estas cuartillas recogen la visión de un joven que eligió el camino extremo. Personalmente estoy en desacuerdo y así se lo hice saber al autor, pero el periodista tiene la obligación de recoger todas las voces, y la de “Elías” nos recuerda una dolorosa parte de la historia de México que no debemos olvidar para que nunca se vuelva a repetir.
Salvo algunas correcciones ortográficas, lo presento tal y como me fue entregado aquella fría mañana de domingo hace ya 26 años, en otro México.


En 1968 tuve relación con la problemática de la guerrilla. Por esos días estudiaba en una Escuela Superior de Agricultura, recién fundada en Ciudad Mante. Tamps. Era un estudiante de escasos recursos económicos, por eso trabajaba y estudiaba al mismo tiempo.
Esta escuela de agronomía, fue fundada por un grupo de profesionistas de ese lugar en 1965. Los primeros años funcionó por cooperación, mientras era reconocida por el Gobierno del Estado. Algunos comerciantes, agricultores y sindicatos de obreros y campesinos de la región, daban su apoyo económico. Pero el más importante respaldo fue el de los profesionistas, que impartieron clases gratuitamente más de tres años, y el de los obreros y campesinos cooperativistas del Ingenio del Mante: empezaron por prestarle a la incipiente escuela un edificio de la cooperativa, luego acordaron darle una determinada cuota económica por cada tonelada de caña de azúcar, y por último, entre otras cosas importantes, le donaron parte del terreno que actualmente ocupan sus modernas instalaciones. Con el nombre de General Lázaro Cárdenas del Río fue bautizada la escuela a petición de ellos; porque en el régimen presidencial de éste le fue expropiado a Elías Calles dicho ingenio cañero, hoy convertido en cooperativa.

         Naturalmente que quienes integramos el alumnado de esta escuela, éramos jóvenes de precarios recursos económicos por lo que no podíamos realizar estudios en otras ciudades distantes, además de que no se contaba con escuelas de nivel superior.

Por mi parte, era de los contados casos de estudiantes que habían llegado de fuera de la región, pues mi lugar de origen es Río Bravo Tamps., donde viven mis padres y mis trece hermanos menores. Hacía varios años que me había convertido en esa especie de estudiante peregrino que sin dinero y a puro valor marino se van a buscar trabajo en las ciudades que tienen escuelas superiores, donde pretenden su superación personal.


Mis padres me inculcaban que debía estudiar para que no fuera un agricultor pobre como ellos. Luego que cursé 4o. año de primaria en una escuela rural me enviaron a terminar mi educación primaria a una escuela urbana en Río Bravo; después la secundaria en Reynosa porque en el otro municipio no había esta escuela; de ahí fui a terminar mi preparatoria en el Ateneo Fuente de Saltillo Coah. Pero hasta este grado de educación pudieron darme mis padres, porque la bonanza agrícola traída por el cultivo del algodón se había acabado. A principios de los sesentas se abatió sobre la región la crisis agrícola de la que hasta ahora estoy más conciente.

Desde entonces empecé a hacerme a la idea de que para estudiar una profesión universitaria tendría que trabajar para sostenerme. Así anduve recorriendo varias universidades del país, entre ellas la de Nuevo León, la UNAM, la de Coahuila y la de Tampico, Tamps. En las primeras fui rechazado por falta de cupo y porque no era originario del Estado, en las otras porque no podía conseguir empleo, y ya después se me agregaron problemas de salud: me pegaron unas gastritis espantosas por las malpasadas que me daba, pues había días que no tenía para comer. Por cierto que ‘dicen que el hambre es canija, pero más el que la aguanta’; bueno, pues en mi caso no sólo me trajo gastritis sino que trajo cierta audacia: procuraba visitar a los amigos o conocidos a la hora de la comida. Cuando llegué a Cd. Mante, a quien frecuentaba a esa hora, fue a un compañero preparatoriano, con quien tiempo después logré entrañable relación de camarada de lucha. Me refiero al Ing. Agrónomo Anselmo Herrera Chávez, camarada caído en combate el 17 de septiembre de 1973.

Pues bien, la historia de la mencionada escuela de agronomía, desde su fundación, fue de lucha contra el gobierno estatal. Pues éste se negaba a reconocerla. De mi parte por el temor de perder la oportunidad de estudiar una profesión universitaria entré decididamente a la lucha, aunque nada de estas cosas sabía. Con el apoyo de estudiantes de la misma ciudad y de la región realizábamos mítines de protesta. También empecé a participar en la búsqueda de apoyo de los estudiantes del Estado y del país. Al calor de la lucha no me importaba empeorar mis dificultades pecuniarias, porque hasta perdía los empleos. Por suerte siempre conté con el apoyo de mis nuevos amigos y compañeros. En especial recuerdo a la humilde familia que durante más de un año me fió los alimentos en su estanquillo de taquitos, y al maestro que me daba la clase de química agrícola, quien a pesar de su antipatía hacia los ‘comunistas’ me ayudó bastante, consiguiéndome algunos empleos.

Esta situación me fue llevando hacia el conocimiento de las causas que originaban la lucha estudiantil en el país, además de otros problemas esenciales por los que luchaban los campesinos y los obreros. Mi participación política me llevó a no sólo ocupar puestos directivos en mi escuela sino en la Federación de Estudiantes Universitarios Tamaulipecos y de la Federación de Estudiantes Tamaulipecos, organismo estudiantil que abarcaba al anterior, asimismo a participar en la lucha por la Autonomía Universitaria en el Estado y en la huelga nacional de estudiantes de agricultura en 1967, entre otras.

En este ambiente de lucha estudiantil tuve las primeras influencias de las ideas democráticas y socialistas; concretamente del ‘Movimiento Espartaquista Revolucionario’ cuya sede la tenía en Monterrey, N.L. En esta organización milité año y medio, porque se disolvió a finales de 1967 al surgir dos tendencias en su seno. Una de ellas pugnaba por la lucha democrática y la otra por la lucha armada. Esta última, bajo la influencia del triunfo de la Revolución Cubana y por la dura represión armada del Gobierno Mexicano contra el movimiento campesino y estudiantil de esos años.

Los preparativos para formar un foco guerrillero en la sierra de Durango se iniciaron en 1968. De mi parte, lo que me quitó mucho de los titubeos por esta forma de lucha, fueron los hechos sangrientos del 2 de octubre de 1968 contra el movimiento estudiantil popular en la Ciudad de México, D.F. Al día siguiente participé en un mitin estudiantil que protestaba contra la monstruosa masacre gubernamental y en apoyo a tal movimiento. Fue la última vez que hablé en público porque luego me sumergí en la relación política clandestina. Apoyaba en lo que podía a mis compañeros que preparaban el ‘foco’, aunque no fuera miembro de la guerrilla pero con la perspectiva de serlo.

Mi escasa experiencia política, no sólo se componía de la adquirida en las lides estudiantiles, sino también de la adquirida en la lucha en el campo. Bajo la orientación política del M.E.R. y mi propia iniciativa, junto con otros compañeros estudiantes y algunos trabajadores, militantes democráticos, nos dábamos a la tarea de ayudar a organizarse en dizque sindicatos agrícolas a los paupérrimos cortadores de caña de azúcar en la región. No obstante la persecución policíaca que buscaba a los que escribíamos para el campo volantes ‘comunistas’, funcionaron algún tiempo tales intentos de organización, lográndose en fugaces ‘huelgas’ o paros de labores, algunos aumentos en sus precarios ingresos.

En 1968 el ambiente de persecución  política y de la represión armada, (en esos días el ejército secuestró a un dirigente estudiantil de Mante, J. Guadalupe Mayorga Mejía, sin que se sepa su paradero), además de la disolución del M.E.R. me llevaron a un estado de ánimo de frustración muy tenso y angustioso. Y aunque no tenía una clara conciencia, teórico-política, del problema no quería estar al margen de la militancia. Los compañeros del pretendido foco guerrillero, además de ser mis amigos y no deseaba dejarlos solos, ante mi vista eran los únicos activos. Con ellos mantuve relación política, a pesar de que pudiera estar equivocado. La verdad que en ese ambiente tan confuso, y de angustia para mí, yo prefería equivocarme luchando y no quedarme con los brazos cruzados, y sobre todo porque, como así se pensaba ingenuamente, yo no quería quedarme fuera de la historia.

En junio de 1970 terminé mis estudios de Ingeniero Agrónomo y ejercí la profesión aproximadamente diez meses en la Dirección de Agrología y la Comisión del Papaloapan, dependientes de la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos en México, D.F. Por los días en que se sucedieron los hechos sangrientos del 10 de junio de 1971 en la capital del país, renuncié a mi trabajo y me incorporé como miembro profesional, o sea de tiempo completo a la guerrilla urbana en Monterrey, N.L.

La experiencia del claustro carcelario es como la de una pesadilla. Antes de caer preso nunca me imaginé cómo podría írmela pasando los siete años que llevo preso y los que me falten todavía. Yo creo que mis anteriores ocho años de militancia en la lucha democrática y después en la lucha armada, me sirvieron para templarme algo y evitar que me enfermara como otros compañeros presos políticos.

            Al penal de Topo-Chico, N.L. me llevaron en octubre de 1973, después de una semana de haber sido detenido. Cuando me aventaron en una de sus crujías, todo destartalado por la tortura que sufrí en manos de la policía judicial del Distrito Federal y la Federal de Seguridad, recobré la esperanza de seguir viviendo porque siempre pensé que me iban a matar. Sin embargo, respecto a mi pensamiento y condición de revolucionario no dudaba, mi moral era alta y optimista.

El Director del Penal, Capitán Alfonso Domene luego de darme trato suave al presentarse por su nombre y al del alcaide Belisario López, me dijo que no le importaban las causas por las que yo caía en prisión, que a él sólo le importaba mi buen comportamiento en el Penal. Me pidió que no se me fuera a ocurrir aprovecharme de mi ‘coeficiente intelectual’ (sic) con una población de humildes viciosos y rateritos (al sublevarlos o amotinarlos) con quienes me acomodaría por varios días y que el lugar era algo incómodo debido a la sobre población del penal.

            Cuando se abrió el portón de fierro para entrar al primer patio de la prisión, lo primero que vi fue la sombría mole del edificio principal. Se veía mucha gente cuya mirada estaba clavada en el portón, mientras otros andaban por ahí caminando. Después me di cuenta que aquellas miradas son de presos que esperan visita o matan el tiempo mirando hacia la puerta de la salida sin poder hacerse a la idea de su condición de preso por algún tiempo. Yo me resigné de tal modo que a veces se me figuraba que estaba internado en una escuela. ¡Y vaya que escuela!

            Esa tarde fría y oscura estaba lloviendo. Los celadores me llevaban esposado y me ordenaron que siguiera a uno de ellos. Yo caminaba despacio porque me dolía mucho desde la cabeza hasta el huesito de la cola. Cuando estuvimos en el pasillo de la crujía de observación, donde tenían a Gustavo Hirales desde unos 15 días antes, empezaron a desalojar con gritos a varios presos comunes, entre ellos un gringuito homosexual que parecía mujer. Varios pasos más y me detuvieron para quitarme las esposas. Luego se abrió el portón de fierro de la crujía número once: crujía de castigo donde me tuvieron incomunicado durante un mes.

            Entramos por el estrecho y oscuro pasillo que forman las dos hileras de altos camarotes de tubo, y brincamos unos montones de bolsas de papel a las que unos reclusos les ponían el hilo de papel. El pasillo estaba invadido también por una fetidez humana que la humedad y el viento de aquel día no dejaban salir del galerón; duré muchos días para acostumbrarme a ese humor agrio y viejo que estaba embarrado en las paredes, las cosas y la gente de la crujía; tal vez porque mi olfato y mis poros acostumbrados al aire de la libertad todavía no se saturaban de aquel olor. Después de varios gritos que se fueron rebotando en las gargantas de varios presos, apareció el capataz con quien me entregaron los celadores. De inmediato me condujo a su camastro y me dijo:

            -Mira cuña’o, aquí la ‘tabla’ para todo el que va llegando es de treinta pesos de la talacha o sino se avienta la chinga de hacerla.

            Pero ante mis explicaciones de que yo no tenía dinero ni tenía visita y que por eso haría la talacha, éste insistía en que le pagara el dinero. En ese estira y afloja estábamos cuando de pronto empezó a regañar a unos presos que nos estaban mirando en silencio.

            -Y a ustedes quien les habló, bola de güeyes, órale váyanse a la chingada, les gritó.

            No le contestaban, pero tampoco se iban. Uno que otro refunfuñaba.

            -Ah chingao, chingao.

            -Te pones muy loca, mamita.

            Yo venía muy nervioso por los efectos de la tortura, y aquel lenguaje igual que el de mis verdugos me revivía los temores de estar aún frente a ellos y que me podían dar una nueva paliza. Y más tenso me puse cuando vi aparecer junto a nosotros a un hombre alto y con bigote bien recortado. Muy parecido a uno de mis torturadores. Llamó al capataz y habló con él por separado. Luego el capataz regreso muy amigable y sonriente. Aquel muchacho era amigo de mis compañeros presos políticos que habían caído antes que yo. Después le platiqué el susto que me había dado y se reía mucho.

            -No te apures primo, aunque aquí estamos la peor gente del penal, con ustedes nadie se mete porque ustedes son gente machín, aventados en tiros gruesos. Para tu conocimiento estás en un ambulatorio de castigo, de los que estamos aquí al que no le pescaron un chicharrón de mota o pastas, le pescaron pomeándose con cemento o thiner; se peleó o le torcieron un robo. Pero ¿cuál castigo? Cuando salimos del castigo nos vemos más gordos, decía sonriente.

            Mi nuevo amigo, yo creo que era el único que tenía la piel con su color natural, pues las demás en su piel sin brillo tenían un color sucio como el de las paredes de la crujía, se les veía mejor, el color azul de los tatuajes; por cierto que en esa extraña paleografía de la piel, las imágenes más comunes eran las religiosas y de diablos, las eróticas y de animales, como víboras y gatos. Otras de sus señas que llevan en su cuerpo como huellas de la vida violenta desde su niñez son las cicatrices en la piel y los dientes quebrados o encías molenques.

            -Ese loco, échate un baño pa’que te repongas, me dijo uno.

            “-Ya no se apure carnal, aquí se viene uno a reponer de la chinga, refrésquese y échese una buena pestaña, me dijo otro sonriendo; mientras Paco mi nuevo amigo, me alcanzaba una toalla, un jabón con un rastrillo.

            Con desconfianza entré al baño; ahí había comida tirada y el guater estaba quebrado y sucio pero pronto se me olvidó lo que tenía enfrente con el fresco chorro de agua que me acariciaba. Me di una buena aseada y lavé los sudores y la sangre que durante una semana impregnaron mi camiseta. De mi cabeza chipotuda me saqué varias costras de sangre del tamaño de una moneda de a peso que ya estaban más o menos duras. A pesar de todo, el trato con aquellos presos me sabía a gloria comparado con el de mis verdugos. Y más reconfortado me sentí cuando me llevaron una cajetilla de cigarros (aunque no fumo) y seis monedas de a peso que me había enviado Gustavo Hirales; poco rato después me llegaron diez pesos, un pantalón, un cepillo de dientes que también me habían enviado Armando Iracheta, Cresencio Gloria y Héctor Gutiérrez, todos ellos compañeros presos políticos. En general los camaradas eran muy solidarios con el que iba llegando, no importaba que fuera de grupo político distinto. Todavía como efectos de la paliza que había recibido, en esos días de reposo, me dio fiebre varios días y se me desató una fuerte gripe combinada con las molestias agudas de la gastritis y las hemorroides, pero mis compañeros me iban consiguiendo algunas medicinas, que el capataz me entregaba, pues era el único que podía salir del ‘ONCE’.

            “l capataz se empezó a portar más amistoso conmigo, hasta me invitó le ayudara a vender en su fayuca; que se componía de un cajón de madera con un anafre de carbón y una olla de agua caliente encima, sus frascos de nescafé y azúcar, algunas cajetillas de cigarros, cebolla, chile y tomate que también vendía para preparar el rancho. Debido a ese cambio se me acercó Paco y me dijo:

            -Oye primo, no te confíes del capataz porque es ‘péido’ de la guardia; ni tampoco de algunos ‘morrillos’ que se te acercan mucho, porque con un apretón de huesos dicen que se robaron dos vacas aunque se hayan robado una gallina, y te avientan de cabeza.

            Esto me lo decía porque platicaba mucho con algunos ladroncillos que se me acercaban. Pero yo estaba muy conciente de lo que hablaba, ninguna de las cosas de las que platicaba eran ignoradas por la policía. Por otra parte el platicar con gente que no fueran mis verdugos me servía como desahogo, me aliviaba un poco de la tensión tan desgastadora por la que había pasado. Y también porque sus preguntas, influidas por la nota roja de los periódicos, me indignaban y les contestaba tratando de explicarles.

            -Oye loco, ¿y cuando ustedes dan el ‘jerrón’ les ayudan con una ‘feria’ la banda de ustedes? era una de sus preguntas frecuentes.

            -Mira carnal, una banda está integrada por bandidos; pero nosotros no somos bandidos que roban para su beneficio personal. El dinero que les arrebatamos a los ricos, es para sostener una organización política armada que lucha contra las injusticias y el bandidaje del gobierno. Nosotros no luchamos por un sueldo, somos revolucionarios que luchan a favor del pueblo trabajador, pero sin ningún interés en dinero.

            Por su mirada, tal vez de extrañeza, y su silencio me parecía que algo les había aclarado. Sin embargo me quedaba cierta sensación de agüite al sentir que no me entendían gran cosa.

            -¿Entonces para qué quieren tantos millones si no les ayudan? insistían algunos.

            -Para el sostenimiento de una organización en constante movimiento, como la nuestra, se necesita mucho dinero. El buen equipo en armas y carros, además de tener buenas viviendas y traer bien vestidos a los combatientes para que no los vayan a detener por apariencia de malvivientes, entre otras necesidades de la organización, cuesta millones a la larga. Y aunque los compañeros viven con mucha sencillez, nunca andan dándose la gran vida como lo dice el periódico, el dinero que se ‘expropia’ de los bancos, nunca es suficiente para tanto gasto que se tiene.

            Y así ya desatada la plática les iba contestando a su curiosidad, a veces desagradable; pues preguntaban si nos ‘aventábamos un toque’ o nos ‘puchábamos’ algunas ‘pastas’ antes de ‘aventarnos’ una acción, o que si algún compañero se nos había ‘ido al baño’ con alguna feria. Y aunque me desagradaba que tan siquiera se pensara que los revolucionarios tuviéramos vicios como ésos y que fuéramos bandidos, les aclaraba con paciencia que no permitíamos viciosos en nuestras filas, además de que yo no había conocido traidores de esos entre nosotros; los que andaban en la lucha lo hacían con un gran desprendimiento personal y por su voluntad, y se retiraban cuando ya no podían o no querían seguir. Aunque en gran parte no entendían, yo creo que simpatizaban con los ‘guerrilleros’ porque se ‘aventaban sus buenos tiros con la tira’ a la que tanto odian, según me contaban estos ladroncillos.

            Una cosa que me llamaba la atención, era que los delincuentes habituales y muchos de los policías que conocí durante mi detención, tienen semejantes modos de pensar y de hablar. Aunque en circunstancias distintas, pero ambos bandos se ufanan de ser sinvergüenzas; así como se ufanan los grandes negociantes (comerciantes o banqueros, etc.) de las condiciones ventajosas (leoninas) en que se apropiaron de algo.

Una mañana muy temprano, uno de los comunes con los que platicaba me llevó el periódico donde venía la noticia de que: ‘al jefe guerrillero Mónico Rentería’ lo habían detenido. El periódico destacaba declaraciones de Mónico, sobre todo lo que se refería a que ya no era jefe de la guerrilla, porque le habían dado ‘golpe de estado’, pero que luego sus propios compañeros lo querían matar. Por cierto que Mónico me comentó después que Carlos Solana (Director de la Policía Judicial en el estado por esos días) le había dicho:

            -Pues si no conoces a Elías, al rato te lo vas a topar en el Penal y sabrás la clase de cabrón que te está esperando.

            A Mónico también lo aventaron al ‘ONCE’. Los demás presos de la crujía estaban a la expectativa, por lo que comentaban los más rabiosos periódicos, El Norte y El Sol. Me acerqué a Mónico para saludarle, pero este me jaló rumbo al baño para platicar solos.

            -Elías, la cosa está muy difícil... no creas que no quise salvar los nombres de Salvador Corral y de Mundo Medina; no se podía, tienen muchos datos, me dijo muy preocupado y con su característico tic nervioso más acentuado: se jalaba los rizos de la frente con las yemas del índice y el pulgar de la mano derecha.

            -Estoy de acuerdo contigo en que la cosa está muy gruesa, y tanto tu como yo, no teníamos más que confirmar lo que la policía ya sabía; lo único que no pude hacer fue aclarar tu relación con nosotros, o sea que tu te habías retirado, porque entonces implicaría que estoy enterado de cosas y me hubiera costado más días de tortura. Respecto a lo que dice el periódico sobre las venganzas hacia ti, yo creo que la policía quiere ahorrarse el trabajo haciéndonos pelear. Hay que cuidarnos la espalda por si las moscas, le dije, a la vez que le daba mi mano, saludándole de nuevo.

            Platicamos unos instantes más, recuerdo que me comentó que ya no se acordaba de mí, pero se acordó de una vez que me vio en una reunión del ya desaparecido Movimiento Espartaquista Revolucionario. Cuando abrí la destartalada puerta de madera, casi se caen de bruces varios fisgones. Después nos reíamos con ellos, porque esperaban oír los alaridos de los karatecas en combate dentro del baño. A los demás compañeros presos políticos, les llegaban rumores de que sí habíamos peleado y lo creían.

            Las primeras noches dormíamos con la desconfianza que nos imbuía la histeria de la prensa. Los celadores aumentaron sus visitas normales a la crujía; llegaban a nuestros camarotes y nos aluzaban con sus lámparas de pilas y luego salían a revisar una estrecha alcantarilla que estaba fuera de la crujía. A veces hasta se nos iba el sueño. Esto nos permitió observar los hábitos nocturnos de los presos comunes. Había un recluso apodado ‘El Oso’, un hombre chaparro, pero muy grueso y fortísimo. Entre varios presos no lo podían dominar jugando a las luchas. Uno de los pasatiempos de este fortachón con mentalidad torpe y pueril, era cazar ratas que salían de la alcantarilla. Con un pedazo de pan, una bolsa de papel grueso y el hilo de la misma bolsa, construía su trampa. Las ratas rodeaban la bolsa y la olfateaban, veían hacia la puerta de la crujía y se iban corriendo. Luego regresaban corriendo como un trenecito, una detrás de otra hasta cinco o seis: todavía no tenían hambre a esa hora. Pero la astucia y el fino olfato de los roedores eran dominados por su hambre y la paciencia del cazador: a veces entraban hasta dos o tres ratas muy grandes y gordas. Paco y otros traviesos, también preparaban y adornaban con verduras la caza del ‘Oso’, y se las enviaban a sus amigos de otras crujías, mandándoles decir que ya estaban aburridos de tanto comer conejos que les traían sus familiares de allá del rancho. Los agasajados del paladar, enviaban su agradecimiento y el recado de que se volvieran a acordar de ellos en cuanto les llegaran más conejos.

            Todo lo que se movía de noche lo observábamos. Por lo pronto yo no veía nada sospechoso contra nosotros, en la pareja de viciosos y homosexuales que dormían frente a mi camarote. En cuanto empezaba a oscurecer se ensimismaban debajo de sus harapientas cobijas. Una de esas madrugadas se oyó el ruido donde se abrió la pesada puerta de la crujía. Los vigilantes traían con los pies a rastras a otro castigado, pues se había emborrachado con ‘pastas’. Lo reportaron al capataz y se fueron. Durante lo que restaba de la noche, a aquel vicioso lo fornicaron más de diez trasnochadores.

            -¿A poco no sentía el bato ese? le preguntaba a mi amigo Paco.

            -Pues por eso, porque sentía y le gustaba se estuvo haciendo el dormido. A todos los que les gusta y quieren algo como esto, se ponen bien ‘pastos’ para que los castiguen, al fin que ‘borracho no cuenta’ según dicen ellos, contestaba burlón.

            -Que repugnante es el lumpen, comentaba y sonreía Mónico.

            Respecto a eso, según Paco, todavía nos faltaba ver más, allá adentro; se refería a la homosexualidad de los hombres que dejaban a sus esposas y sus hijos por un maricón; a los homosexuales que de eso se mantienen y hasta tienen buscador de clientes; a los de ‘matrimonios’ entre locos y uno que otro caso de celadores con presos, etc.

            Un ‘matrimonio’ pintoresco dentro de lo horrible, que es el hazmerreír de los presos en el Penal, es el de una pareja de locos. A uno le dicen el ‘muertero’ y al otro, que es su ‘marido’ le dicen ‘el morro’. Al primero le dicen así, porque se dedicaba a reclamar cadáveres de personas sin deudos. Se hacía pasar por pariente del occiso, lo recogía y se lo llevaba a vender a los practicantes de medicina. Pero en un mal momento fue a reclamar el cadáver de un policía de caminos que encontraron cerca del basurero donde el muertero dormía. Lo culparon del homicidio, y de la violación y muerte de una niña. Y al otro le dicen el ‘morro’ porque es muy joven. A este joven campesino lo capturaron después de varias violaciones y muerte de niños. Esta pareja de feos y desaseados despojos humanos llevan una vida de tórrido romance a luz de todo mundo y la alternan con estruendosos pleitos y reconciliaciones. Los demás presos los hacen pelear para divertirse; a uno y a otro les meten la duda sobre su fidelidad.

            Mejor párteme la madre, jijo de tu..., le gritaba el muertero a su morro, a la vez que le daba un pedazo de vidrio de la botella que acababa de estrellar contra el piso, para que le cortara las venas de sus ya tasajeados brazos.

            Otro caso chusco, también dentro de lo feo, es el que me tocó presenciar en un galerón donde se hacían artesanías de madera. Entró un vicioso ofreciendo una camisa usada.

            -Tú que compras una lima barataaa, tú que compras una lima barataaa, lo decía con su voz gangosa y en estribillo, y miraba a todos lados.

            -¿Cuánto por ella?, le dijo un tuerto que estaba lijando las piezas de una servilletero de madera.

            -Diez duros.

            -Tas jodido, te los doy por la rondana.

            -Ya dijo canijo, le contestó el vendedor.

            Y ante la mirada de una veintena de reclusos, se bajó los pantalones y se le acomodó. El tuerto encimado sobre el otro parecía un perro en celo, que no le inhibían las miradas nuestras, sólo le importaban las de un posible guardián. Por eso le recomendó al maricón, que también se fijara a la puerta, desde su postura empinada.

            -Qué tal, ¿estás bien?, preguntaba el tuerto.

            -Sí, dale, dale...

            “Cuando terminó de fornicar, el tuerto empujó violentamente al otro, que cayó patas arriba. Luego que se levantó, se fajó los pantalones y recibió los diez pesos, comentó:

            -Lo que sea de cada quien, te aventaste muy buen jale, y se retiró con su voz ronca y gangosa con la que anunciaba su mercancía, sus gritos se fueron perdiendo y entre-cruzando con los de los ‘canasteros’. Estos últimos son presos de confianza de la Guardia, que entran y salen de ella para ir a buscar presos y avisarles que van al juzgado, entregarles mandados de su familia u otros mandados que les hacen a las autoridades del penal. Diariamente rebotan sus gritos donde andan llamando a un preso, o se oyen los gritos del que vende los boletos del cine, el periódico, etc.

            Esos que van p’arriba’ fue de los primeros gritos que conocí en el ‘ONCE’, cuando iban a vender los boletos para ir a los cuartitos donde se recibe la visita conyugal. Pero estos boletos de los días viernes, eran para los solteros (y también para algunos casados muy ganosos) que iban a la visita del amor mercenario, es decir de las prostitutas. Aproximadamente una docena de mujeres viene a venderle sus favores a unos 60 u 80 reclusos, que haciendo larga fila durante tres horas, entran al cuarto cada uno, y tardan según el dinero que traigan. En una ocasión que me llamaron a la guardia, me tocó estar cerca de las escaleras por donde se sube a dichos cuartitos. Era poco después de mediodía y hacía mucho calor cuando iban bajando las rameras. El olor agrio del sudor y los humores desaseados del sexo, sobre todo del semen, me dieron la patada cuando aquellas viejas vientrudas pasaron junto a mi con sus piernas y brazos temblorosos por el cansancio. Hasta parecía que habían corrido unos veinte kilómetros en tres horas, se les veía fatigadas y sudorosas.

            -Estaba terminando de echarme el segundo brinco, cuando un bato se metió al cuarto dándome carro, que ya le tocaba a él, decía uno de los huéspedes del ‘ONCE’, que había ido a esta visita.

            -Es que los caciques con feria separan las mejores rucas; y a los jodidos nos dejan los peores relinguitos para que nos andemos batiendo como podamos, dijo otro preso.

            Por cierto que por las mañanas poco antes de abrir las crujías, el celador de turno deja salir a los que van a sacar boleta para quedarse en la noche en visita conyugal de la esposa. En cuanto se abre la puerta salen corriendo para ganar lugar, ya que sólo son 26 los cuartitos de la visita conyugal. A mi al principio me daba vergüenza correr, pero ante el peligro de quedarme sin cuarto, con vergüenza y todo corría que hasta chocaba con otros que ya estaban formados.

            El problema del poco número de cuartos para la visita conyugal, ha sido uno de los que más conflicto ha creado entre los reclusos y los encargados de vender las boletas. El favoritismo, el dinero y las influencias aseguran un cuarto. Los tímidos y los que no tienen mucho dinero pronto se hacen ‘picudos’, porque para esto no hay quien aguante le quiten su derecho semanal o quincenal de su visita a la conyugal.

            Este problema se deriva de la sobrepoblación del penal; porque este viejo edificio fue construido originalmente para una población de 500 presos y actualmente lo pueblan hacinados más de 1,300 presos.

            Un ‘pinto viejo’ que ha salido y entrado muchas veces al penal, me contó que en 1940 él fue de los que solicitaron se creara la visita conyugal, entre otras cosas, para evitar homicidios entre los reos, por la competencia y celos de los homosexuales.

            -Antes si era duro el Penal, mi amigo, las autoridades eran más gachas y los hombres se mataban a puntillazos por la marihuana, las pastas o por un jotito de los que tenían como sus ‘ñecas’ (su muñeca o su querida), decía el viejo. Los que no teníamos ‘ñeca’ nos íbamos con ‘manuela’ o con un ‘tapado’. Sí, mi amigo, quiero que sepa que aquí hay muchos ‘tapados’; sobre todo esos que se la dan de muy valientes. Mire, yo conocí en esos días, al ‘León de las prisiones’, debía muchas muertes y era muy bravo. Una noche andaba al punto, ‘bien pasto’, me pidió el favor y se lo hice. Y así muchos de esos han pasado por esta bragueta. Yo creo que echan fama de valientes para que nadie les eche en cara la ‘mala palabra’.

            Las historias del Penal violento, que cuentan los más viejos y algunos que fueron protagonistas y hoy son narradores cortos, cuentan que hubo muertos por arma blanca o de fuego, ahorcados y quemados vivos con gasolina. Sin embargo, el hacinamiento y promiscuidad, el tráfico de drogas, la crueldad de algunos guardianes y la colusión de éstos con los presos, entre otras cosas, son problemas que aún persisten, aunque en menor grado.

            Todavía me tenían en el ‘ONCE’, cuando en una ocasión encontré al capataz en el baño: se estaba sacando del ano un paquetito de papel plástico. Aguantando la repugnancia me hice disimulado. Al poco rato lo vi que empezó a entregar encargos de marihuana y pastillas. A veces alcanzaba a oír el estira y afloja por el pago.

            -Pos si no tráis billetes, préstate pa’cá el radio, pinche puto. Estás bien entrado, y todavía quieres más ¡Qué peladita la quieres agarrar güey! increpaba sin escuchar súplicas.

            Algunos celadores han estado presos por meter droga al penal. Otros no se arriesgan tanto, entran en tratos con ladrones presos al comprarles cosas robadas que tienen ‘clavadas’ afuera, o bien piden dinero por algunos favores ahí dentro, verbigracia sirven como aguadores de algún homosexual que mete en su camarote a un cliente, o piden prestado a un preso y nunca pagan, etc.

            Entre otras características de este dizque centro de Rehabilitación, se cuentan el que los reclusos que aquí trabajan en el penal, son los que afuera tenían el hábito de trabajar y no porque aquí les hayan inducido ese cambio de mentalidad; en cambio los que ya son sinvergüenzas aquí se hacen más. Claro que a esto contribuye la corrupción y la ineptitud profesional de las autoridades del penal. Además de lo que se ha dicho de los celadores se cuenta el que son de origen campesino y que no cursaron ni la mitad de la escuela primaria, incluso el propio alcaide. Un curioso recado del alcaide que en respuesta le envió a un castigado del ‘ONCE’ ilustra muy bien lo antes dicho: ‘ceñor paulo garsía resivi su recado boi a ver ce ai de su asunto’.

            El jefe de vigilancia y esta autoridad del penal es quien muy seguido prohíbe la entrada de libros o revistas, entre estos, códigos penales y la propia Constitución del país y para colmo a veces los extravía o los manda quemar.

Respecto al Director que la mayor parte de su vida ha trabajado en distintas corporaciones armadas y tiene un cierto espíritu de policía político, es el clásico jefe policiaco corrupto y de mala entraña. Durante el tiempo que se nos dio el peor trato, la iniciativa de él tuvo mucho que ver. Nos restringía mucho la entrada de nuestros libros. La que lograba pasar era tardada mucho tiempo. Un pariente de éste, que estuvo preso, nos platicaba que el Director le preguntaba de nosotros; y aunque dicho preso se decía imparcial cree que si era ‘peidillo’ del director. Pues bien, él nos platicaba que el director una vez le dijo: ‘Yo creo que estos hijos de la chingada son genios o son locos que tienen grandes destellos de lucidez; he buscado en sus libros comunistas, sobre todo en el Capital, y no he podido encontrar cómo le hacen para deducir los planos para hacer asaltos bancarios, hacer bombas o asaltos guerrilleros’.

En cuanto a sus negros antecedentes como policía, muchos presos ya viejos en sus andanzas por el hampa, cuentan que siempre fue un hombre muy cruel en la tortura y le gustaba mucho el dinero de manos de delincuentes; pero a veces recibía dinero y luego cuchilleaba a otros policías. Así habían caído muchos traficantes a la cárcel. Algunos hasta le atribuyen muertitos en las ‘calientes’ cuando era jefe del servicio secreto en el Estado de Nuevo León y otros afirman que mató a un menor de edad, hijo de campesinos, disparándole por la espalda cuando este corría. En ocasión de que el Director murió, de un balazo en la cara que le dio uno de los destrampados reos comunes que lo secuestraron para intentar fugarse, muchos de estos reclusos estaban de plácemes. Por cierto que en este secuestro también murieron cuatro reclusos. Fueron fusilados con las manos en alto por una brigada de la Policía Federal de Seguridad que comandaba directamente el matón Miguel Nazar Haro; los testigos fueron más de trescientos presos que desde las ventanas vieron la masacre. los diversos medios de comunicación que estuvieron atentos a los hechos sólo insinuaban críticas pálidas sobre el crimen. Al día siguiente de los hechos toda la población del penal fuimos sacados y formados sobre el lugar del fusilamiento; y custodiados por varios cientos de soldados con armas embarazadas, nos ordenó que nos sentáramos y diéramos la cara al muro.

Algunos presos que según ellos habían sobrevivido muchas aventuras de balazos, exclamaban tristes el modo en que creían iban a terminar, en fin muchos temblaban. De mi parte yo pensé que nos iban a ‘leer la cartilla’ y que de ahí en delante comenzaría un régimen penal militarizado. Pero nada pasó, sólo nos sacaron al patio mientras nos revisaban las crujías y se llevaban los pedazos de segueta (habilitados como cuchillitos para cortar la verdura o la carne, etc.) y las pinzas o martillos y otras herramientas; y algunas medicinas que sospechaban eran drogas. De las reacciones curiosas que observé en algunos presos fue la de que recogían en bolsitas de plástico la tierra teñida con la sangre de los fusilados, otros recogieron algunos pedacitos de hueso con cuero cabelludo, o los pedazos de dientes y los guardaron en frasquitos con loción porque no tenían alcohol; los más curiosos fueron algunos que recogieron piedritas que lavaron y luego las traían jugándoselas en la boca. Nadie, entre los presos me supo dar una razonable explicación sobre esa extraña necrofilia. La explicación que más predominó fue la de que era una superstición de la gente que con esas cosas quiere adquirir el valor de los muertos.

Funcionarios y ex funcionarios gubernamentales, declararon en esos días que el hacinamiento y la falta de atención psiquiátrica de los reclusos muertos fue la causa del secuestro. Se atenuó el mal trato y empezaron a agilizarse los procesos de muchos reclusos y reclusas para que empezaran a salir los que ya tenían derecho. Pero las prácticas del sistema penitenciario del Estado en general siguió igual. Es decir, que no se cumple con la Ley en el Estado. Porque las fuentes de trabajo en el interior no son verdaderos centros de capacitación para el trabajo, sino centros de explotación: por la jornada de ocho horas o más, los reclusos reciben menos de la tercera parte del salario vigente en la zona urbana. La mayoría no se rebela porque desconoce esos derechos (aquí se prohíbe la entrada de Códigos y hasta de la Constitución Política de México) y porque temen les nieguen algunos beneficios preliberacionales, al ser catalogados en el Consejo Técnico Interdisciplinario como conflictivos o agresivos peligrosos.

Respecto a los planes educativos tanto de la escuela primaria como la secundaria y preparatoria del sistema abierto, funcionan con muchas deficiencias, debido a la incomprensión y miopía de las autoridades penitenciarias. Últimamente, en estos tiempos en que el trato se ha ablandado hacia nosotros, la mayoría de los presos políticos hemos colaborado en dichas escuelas como auxiliares o asesores. Cuatro de ellos cursaron estudios aquí: Armando Iracheta y Ernesto Vázquez, camaradas obreros terminaron la secundaria y dejaron empezada la preparatoria, junto con los camaradas profesores de escuela primaria, Héctor Gutiérrez y Crescencio Gloria porque fueron amnistiados.

Pero volvamos un poco atrás sobre el trato de las autoridades hacia nosotros. Al principio que llegamos el trato estuvo muy influido por la actividad de la guerrilla y por la histeria con que reaccionaban la prensa y los otros medios de comunicación masiva. Gustavo y yo tuvimos la visita del jefe de la Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro y de otros jefes policíacos. En ocasión de un secuestro, presionaron a Gustavo para que hiciera una declaración pública en contra de la Liga Comunista 23 de Septiembre, pero como no aceptó fue torturado con el bastón eléctrico. A mi me amenazaron con matar a un hermano menor detenido y llevado al Distrito Federal, si no decía que el jefe de la Dirección de Agrología de la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos donde yo había trabajado, era nuestro tesorero en la guerrilla. Ante tal disyuntiva, de dos inocentes sobre la bronca, preferí a mi hermano que estaba más inerme que ese buen servidor del gobierno; mis padres encontraron a mi hermano después de un mes de secuestrado y de apaleado. En esos días por cualquier asalto o escaramuza que sucedía en las calles de Monterrey, de seguro tenía la visita de la policía judicial o de agentes federales. Se iban sobre mí, porque mi actividad la había desarrollado aquí en la ciudad y según ellos yo conocía bastante gente de la guerrilla local.

Así duramos más de medio año. Mi estado de ánimo fácilmente se alteraba. Claro que no sólo por mi mentalidad apocalíptica, que imaginaba lo peor, o por las amenazas de la policía, sino porque no me podía hacer a la idea de que estaba preso, todavía me presionaba la inercia de mi actividad en la guerrilla durante años: se me figuraba que sólo yo podía atender muchas tareas pendientes. Cuando escuchaba el aullido de alguna sirena, incluso de los bomberos, que traspasaba los muros del penal me ponía muy nervioso. Pensaba que se podía estar dando un enfrentamiento de mis camaradas con la policía. Sin contar con el desgaste que provoca, en la clandestinidad, la ausencia del calor y el afecto de la vida familiar y de los amigos, además de la tortura después de detenido; todavía me quedaba esa fuerte tensión que lo mantiene a uno alerta día y noche: llegué a distinguir el ruido de los motores de las patrullas del de los motores de otros carros de la misma marca, cuando estaba dormido; o aún estando bien dormido en las madrugadas, cuando oía que se movía y sonaba por efecto del aire alguna puerta o ventana de la casa, saltaba instintivamente con al pistola en la mano. Tenía el oído muy agudizado en esos días. Por cierto que pocos días antes de ser capturado, la compañera Estela Ramos Zavala al verme tan ojeroso me preguntó que si estaba enfermo.

De la crujía ‘ONCE’ me pasaron a la de Observación y duré otro mes, y de esta me pasaron con Mónico y otros presos comunes a un galerón caluroso y sucio que fue inaugurado como la crujía No. DOCE, y ahí he pasado todo el tiempo que llevo privado de la libertad. Ahí fui recibiendo las noticias de la muerte en combate o asesinatos de mis camaradas de la guerrilla, de los enfrentamientos y del silencio sobre la suerte de otros camaradas secuestrados en cárceles clandestinas del gobierno, y de la gradual e irreversible derrota y de la destrucción de nuestra organización guerrillera. Mi angustia de esos días me hacía desear con vehemencia estar al lado de los camaradas combatientes; todavía los recuerdo de tantas energías revolucionarias derrochadas y tantas esperanzas juveniles truncadas, presionan mi conciencia y mi ánimo de revolucionario y luchador, pero ahora con una mayor claridad de las cosas.

Además de la solidaridad de mis camaradas presos, a los dos meses de haber caído preso, empecé a recibir el invaluable y singular apoyo moral de mis padres y de mi novia. Hacia muchos meses que no les veía por lo que fue grande la sorpresa cuando supieron en lo que andaba metido. La casa de mis padres fue sitiada y asaltada por muchos judiciales metralleta en mano, buscaban dos millones de pesos y el arsenal de armas. Algunos vecinos aunque asustados comentaban: -cuáles millones querían hallar, si en esa casa nomás prenden el foco y por las rendijas se ve lo que hay adentro. Fueron de los pocos vecinos que no les retiraron el saludo a mis padres. Mis padres anduvieron mucho tiempo con el pesar y la vergüenza encima, porque la prensa decía que su hijo era un multiasesino. Mi padre al verme en la televisión de una vecina decía llorando: -No es posible, si m’hijo ni siquiera es un muchacho de pleito.

Sin embargo, ahora entienden mejor las cosas y vienen a visitarme, cada dos o tres semanas recorren más de 300 kilómetros desde Río Bravo, Tamaulipas. Como a toda persona que por primera vez le cae un familiar preso, les vi sus ojos enrojecidos y húmedos en las primeras visitas. Contra su agüite yo les tiraba mi rollo; les decía que en una época de tanta injusticia y corrupción del Gobierno, entre otras cosas, era inevitable que los mejores hijos de nuestro pueblo sufrieran los riesgos y consecuencias de la lucha revolucionaria; que de mi parte yo no estaba agüitado, sólo esperaba otra oportunidad de mi suerte para seguir luchando al lado de tanto camarada que también eran hijos de una familia como la mía. Claro que con mis ideas decían simpatizar, pero no estaban de acuerdo con los peligros a los que me exponía, que debía esperarme porque todavía nadie nos apoyaba. Aunque no me gustaban sus argumentos les comprendía y me caía bien su intención, es decir que no me pasara nada malo, por eso no insistía ni polemizaba con calor, al fin que nada se perdía.

Mi madre influida por mi situación y tratando de amortiguar mis días de cárcel, hizo a un lado sus regaños y gazmoñería respecto a sus ideas que tenía sobre las novias de sus hijos: decía que ella no quería ser alcanforina de ninguno, que la muchacha que ya fuera a ser la esposa, esa si se la llevaran y se la presentaran. Con cierta timidez y rubor me dijo que mi novia quería verme y me preguntó: ¿es cierto que aunque estén presos se pueden casar? porque Olga me dijo que ella sí se casa contigo.

Sentí gusto saber de la novia que había conocido desde los años de estudiante y que no veía aproximadamente hacia unos dos años, porque me había sumergido en la clandestinidad.

Ella se había recibido de Licenciada en Derecho y ya daba clases e Cd. Mante, Tamps. en las escuelas universitarias de la localidad. A las pocas semanas de visitarme nos casamos. En los días que yo gestionaba me trajeran un representante del Registro Civil, el ex director del Penal, Alfonso Domene me dijo: ‘la licenciada lo debe querer mucho, ingeniero, porque en estos tiempos la gente tiene miedo, es cobarde’. Yo temía por ella, pero no reparé mucho en ello por el gusto que traía de casarnos. Y en efecto, a los cinco meses de su primer embarazo, también tuvo la experiencia de la represión y la tortura perpetrada por la policía política.

Esto sucedió en los días peores del maltrato hacia nosotros; los días en que hubimos de soportar sucesivas y fastidiosas revisiones, la incomunicación, el maltrato de nuestras familias, incluso hasta se vigilaba y regañaba a los empleados del Penal que tuvieran trato leve con nosotros.

Uno de esos casos fue el de un cliente de un preso político a quien le vendía artesanías de piel que elaboraba aquí en el penal: aquel cliente llegó por un pedido de dichas mercancías pero al salir fue detenido por la policía judicial y recibió una soberana paliza; se quejó ante la prensa y denunció que la policía no lo dejaba en paz y quería sacarle nexos con la guerrilla. Otro caso fue el del maestro de la escuela de sastrería del penal, lugar donde gran parte de los presos políticos aprendíamos el oficio y trabajábamos. Así que por su contacto con nosotros lo vigilaban de cerca en la calle; el alcaide por su parte todo histérico, ‘basculeaba’ personalmente la sastrería. Nunca supimos qué buscaba, algunos dicen que buscaba metralletas y bombas.

Respecto al maltrato y detención de nuestros familiares, a mi esposa y compañera le tocó ‘bailar el son más feo’. Recuerdo que en mis mayores momentos de impotencia y de sufrimiento físico y moral que me infligían por mi condición de luchador social, pensaba: ‘Algún día conquistaremos la justicia y habrá castigo para estos miserables. Y si no alcanzo a verlo, algún día se escribirá y en la historia nos pondrán a cada quien en su lugar’. Pero mi actitud cómoda y de subestimación respecto a que sólo escriben los escritores o literatos la hice a un lado, poco a poco, la necesidad de contar al pueblo mi modesta experiencia de luchador social me empezó a empujar, además que en cierto modo deseaba vengarme de mis torturadores. Pues bien, en junio de 1974, como ha sido la rutina de mi compañera, cada 15 ó 20 días, recorrió 600 km desde Ciudad Mante, Tamps. para venir a visitarme. En esa ocasión el Director del penal Capitán Domene, nos mandó incomunicar a todos los presos políticos y nos echó fuera de la visita. Varios agentes de la Policía Federal de Seguridad esperaban fuera del Penal; y a la señal de un celador que apuntaba a mi esposa los agentes se fueron sobre ella y la detuvieron, no obstante las protestas de las demás mujeres de los compañeros presos políticos. Desde que la detuvieron los agentes, algunos temblorosos y vociferantes, la empezaron a maltratar. Cuando la llevaban en el asiento trasero del carro, le pusieron una metralleta en la espalda y la insultaban. Los primeros tres días la tuvieron en una casa particular en Monterrey; no obstante su embarazo de cinco meses, fue vejada y torturada durante aquellos tres días. Pasó por la experiencia de las cachetadas, tablazos en las piernas y brazos, tirones en los vellos de sus genitales y del desesperante dolor que causa el agua por la nariz, bajo los insultos y amenazas de muerte a ella y su hijo en camino.

-Yo no sé nada de sus asuntos, sólo platicamos de cosas personales y de nuestro hijo, les insistía.

-Mira, mira... pinche guerrillera mamona, a poco nomás conoces la pistola de tu pinche marido joto...

-Todavía no has probado lo bueno, pendeja. A ese hijo de asesino todavía le faltan los ojitos y la naricita. Si no quieres que te echemos a la tropa para que se los acaben de hacer, vale más que digas cuáles son los planes y dónde están Edmundo Medina y los otros cabrones que conoces; está comprobado que eres correo de la guerrilla, le dijo otro de los verdugos.

Cuando la trasladaban al aeropuerto de donde la llevaron a la Ciudad de México, reconoció en el chofer del carro a un ex condiscípulo de la secundaria en el Mante, Tamps. Cuando ella volvía la vista, él se cubría el rostro con su regordete antebrazo. Durante las dos semanas que la tuvieron secuestrada en las oficinas de la Policía Federal de Seguridad, ya no fue maltratada, como en Monterrey, sólo la tuvieron encapuchada y vestida con una bata larga. Cuando la llevaban al baño o le daban los alimentos, le quitaban la capucha y platicaban con ella. Uno de los policías, con jerarquía que es difícil identificar, le dijo que se había probado que nada tenía que ver en la guerrilla, pero que por preparación académica corría peligro de politizarse; y que no obstante que ella quería mucho a su marido le recomendaba se alejara de él porque la podían matar. Cinco meses duré sin verla.

Una de las causas de su detención, fue que varios días antes habían detenido a Fernando Ruiz Díaz, estudiante universitario que visitaba a su hermano Jorge, también preso político; los camaradas de la Liga Comunista 23 de Septiembre, lo aprovecharon como contacto, dada su facilidad para verse con nosotros y su simpatía con la política de la Liga.

Fernando había cometido la indiscreción, entre otros errores, de leer unos datos que yo enviaba al exterior y aparecían las palabras: Ocampo Tamps., pueblo cercano al Mante, Tamps. Bajo tortura dijo que mi compañera era correo de la guerrilla y le sacaron los datos del contacto con el camarada Carlos Rentería Rodríguez. El 8 de mayo de 1974, en una calle de Monterrey fue perseguido y cazado ferozmente. Murió acribillado con más de 40 balazos, por una brigada de la policía Federal de Seguridad.

También le hicieron declarar que teníamos un plan de fuga con ayuda del exterior. Esto provocó una fanfarrona y escandalosa movilización policíaca, que sitió al penal. La población del penal y sus vigilantes se pusieron muy nerviosos cuando un helicóptero sobrevolaba el edificio, y con un altavoz les gritaba que se retiraran de los muros, que se metieran a sus crujías, porque había una bomba. Los reclusos que se refrescaban a esa hora del mediodía cerca del muro empezaron a caminar rápido y algunos vigilantes de los garitones del muro recibían regaños por el altavoz: -no vayas a disparar pendejo, somos de la judicial del estado, pendejo, les decían cuando les apuntaban nerviosos. A Gustavo, Héctor Escamilla y a mi nos incomunicaron en celdas de castigo varias semanas. Después de la incomunicación y que pude verme con Fernando, no obstante que le pregunté no me advirtió sobre lo de mi mujer, sino hasta que había llegado a visitarme. Ahora creo que su actitud se debió a su miedo aún encima y la desmoralización de esos momentos. Desde entonces, cada domingo y durante muchos meses nos incomunicaban a los presos políticos. La incomunicación luego siguió con nosotros tres, por ser los más peligrosos, según el director del penal y demás autoridades. La cosa empezó a menguar cuando empezamos a tener relaciones con el exterior: la más importante de todas fue la que obtuvimos cuando sacamos la ‘Carta de Valentín Campa’ y la fundación del ‘Comité de Defensa de los Presos, Perseguidos, Exiliados y Desaparecidos Políticos’, es decir casi tres años de ‘carrilla’ y de ‘gorro’ a cada rato. Como efecto del nerviosismo y mayor vigilancia en el penal, algunos presos comunes expresaban su enfado contra los presos políticos, pues por nuestra culpa ellos también la llevaban. Los que más nos tiraban: esos ‘picos’ o refunfuñaban, eran los que simpatizaban con el Gobierno y sus corruptelas. Esta especie de hampones son de los que se ufanan de tener relaciones con encumbrados funcionarios públicos a quienes les venden droga o tienen otros tratos ilícitos; y aquí en el interior del penal son los burgueses o los ‘millonetas’ que tienen la categoría de ‘considerados’ por las autoridades y viven rodeados de sus correspondiente séquito de serviles entre los propios presos. De éstos últimos se nutre el bando de ‘péidos’ u ‘orejas’ de las autoridades del penal. Sin embargo, la mayoría de la población de los presos, se mantenía discreta, algunos hasta se indignaban contra ese trato que nos daban las autoridades.

Entre los presos políticos también influyó la situación. Varios me llegaron a retirar el saludo. Sobre todo con los que tuve alguna fricción por su manera sumaria de opinar contra la Liga; y agréguese mi particular estado de ánimo y concepción política acelerada de esos días. La peor opinión que llegaron a decirme fue que la guerrilla en el país y la Liga en particular eran bandas de lúmpenes que sólo robaban para beneficio personal, es decir que retomaban la opinión de la policía y los medios noticiosos más rabiosos. Claro que mi actitud al principio era serena y trataba de aclarar aquello, pero ante lo absurdo y obcecado de ellos terminaba muy violenta mi respuesta. Apelaba a la memoria y honradez de los mejores camaradas caídos y de los que todavía andaban en combate y les rechazaba sus opiniones de ‘acobardados pesimistas’, y así otras palabras en las que ya no había más margen que unos trompones para bajar el coraje, pero la sangre no llegó al río. A estos les merecí la opinión de que yo era muy peligroso, que ya estaba encarnizado; y llegaron a la afirmación de que en cualquier rato habría un muerto entre el grupo de los que hacíamos vida política. Pero lo que estos compañeros (una minoría) escondían tras de su rollo, era un tremendo miedo y una desmoralización cada vez más aguda. En los casos extremos, varios de ellos se refugiaron en la lectura de la Biblia, y otros se clavaron en el trabajo manual sin procurar lectura alguna. Una anécdota que ilustra bastante confusión política de los ‘compañeros bíblicos’, se suscitó cuando ellos también fueron presa del rumor ‘del golpe de estado’ que se propagó a finales del sexenio echeverrista. La tensa espera por la entrada del Ejército al penal, que según los compañeros vendría y nos fusilaría de inmediato, provocó un estado de ánimo lamentable en ellos. Afortunadamente para todos estos, luego de varios años de cárcel, fueron de los primeros que les llegó el beneficio de la Ley de Amnistía.

Lo anterior lo cuento por ser una de las expresiones de crisis personal en los presos políticos, entre otras que sería largo enumerar. Pero en lo más esencial y general nuestras relaciones entre los presos políticos fueron cordiales y solidarias. En cuanto a las relaciones al interior del grupo, eran de la más abierta camaradería. No sólo compartíamos la literatura que nos llegaba, sino también otras cosas de consumo cotidiano, como los alimentos y ropa, etc. En mi camarote habilité una mesa portátil y ahí comíamos varios. Todos han salido libres por la Amnistía, el último que me acompañó en esta mesa fue Gustavo Hirales.

No obstante que los tiempos cambiaron mucho, incluso llegó el tiempo de la Amnistía, la actitud rencorosa y de malos ojos del director, del alcaide y de algunos celadores aún persiste. En cambio algunos vigilantes ahora son más calmados con nosotros y otros hasta amigables.

-No es porque usted esté presente, pero los informes que de ustedes llevan a la guardia los celadores, son de buen comportamiento y batallamos más con los viciosos y rateros que con ustedes; los hacemos para donde queramos. Y es que son hombres de mucha conciencia y escuela... bueno, también son hombres que Dios guarde la hora, se nos pueden ir cuando menos piénsemos. Muchos de mis compañeros celadores ‘carrilludos’ que se la dan de muy gallos no van a parar la bola. Por eso les digo a los compañeros de mi escuadra que no debemos engordarles el caldo a los pinches ricos. Yo no arriesgo la vida por el sueldillo que me dan, me decía un celador que había sido soldado del Ejército.

-Pos’ yo no me almiro de los que caen aquí, a cualquiera nos puede pasar, les digo a muchos de mis compañeros de la vigilancia que les gusta andar criticando. Muchos de ellos son rancheros ignorantes como yo. Mire, pa’ no ir tan lejos, a veces hemos tocado el asunto de ustedes y algunos pensamos que ni nos va ni nos viene; tal vez sea bueno, pero por lo pronto, nosotros no hemos visto que le hagan un mal al jodido, más bien le han quitado al que tiene mucho, le han quitado a los ricos. Así me platicaba un celador que había sido amigo de varios miembros del Partido Comunista en Monterrey, N.L. Otros son muy amigables con nosotros porque tienen hijos estudiando en la universidad o en su pasado fueron obreros. Varios de estos son habitantes de colonias de posesionarios y precaristas y a veces me traían, a escondidas de la vigilancia, volantes de propaganda de sus predios en lucha. Pero cuando hubo más sensibles cambios de actitud en ellos, además de nuestro cambio de actitud política y las nuevas relaciones con el exterior, fue cuando empezó a desarrollarse una tendencia sindicalista más apegada a los intereses de los agremiados del Sindicato de Burócratas en el Estado de Nuevo León. Nos dirigían el saludo con más frecuencia, y en las bolsas traseras de su pantalón se les veían los estatutos u otros documentos del sindicato. Algunos me llegaron a pedir les recomendara qué leer, para ‘agarrar la onda sobre muchas cosas de política y de los derechos de uno’.

Respecto a nuestras relaciones con el resto de los reclusos son bastante buenas. Y a esto contribuyen en gran medida las características de esta población. Predominan los reclusos pacíficos, en cierto modo y al menos más pacíficos que en otros penales; como por ejemplo, cierta población que había en el desaparecido Lecumberri. Abundaba el lumpen envilecido, capaz de los peores crímenes en complicidad con las autoridades, incluso homicidios y en especial contra los presos políticos. En este penal el recluso es menos degradado y por su pasado tiene cercanía con el pueblo trabajador. El que no es hijo de campesinos pobres o de obreros, es hijo de familia de clase media que también trabajan. Los delitos más comunes son los de homicidio, tráfico de drogas, robo y en menor escala los delitos sexuales. En suma, muchos son gente que por sus modos de vida que aquí llevan son calmados.

Los presos comunes que más nos frecuentan, son los que aquí estudian en las diferentes escuelas. Con algunos hemos trabado buena amistad; hay algunos que por su simpatía política se han identificado con nosotros, y cuando salen libres buscan a los ex presos políticos conocidos o se acercan a los militantes de izquierda. Por cierto que bajo el ‘humorismo lumpen’, diciéndoles que: ‘ya se sienten guerrilleros’ o les dicen ‘las adelitas’, porque siempre andan detrás de los ‘revolucionarios’.

De mis actividades, aparte de las de estudio y políticas, las que más me han gustado hacer son: la talabartería, la sastrería y la afición por la música. En la talabartería lo que más frecuentemente hago son zapatos de mujer o de niño, bolsos y cintos que regalo a mis familiares o amigos que más me visitan; y algunas veces hago para vender, y eso me ayuda un poco en mis finanzas personales, que dependen de lo que me dan mis padres y mi mujer. En la sastrería he aprendido a confeccionarme alguna ropa, que ya tengo ganas de lucir en la calle. En cuanto a la afición por la música, desde niño la he tenido pero sin escuela musical alguna, y sin maestro. Las armonizaciones con guitarra, que he aprendido a las pegadas, y mis gorgeos de música popular son líricos. La primera vez que canté en público, fue en una escuela rural donde estudiaba. Canté un corrido, me siguió gustando porque recibía buenos aplausos y me acoplaba en dueto con algún otro condiscípulo que también le gustara y que no se entonara muy feo.

Una ocasión me topé con una guitarra en una ‘casa de seguridad’ y como la empecé a afinar, se me acercó el compañero José Ángel García Martínez y me preguntó:

-¿A poco sabes tocar guitarra, bato?

-No, sólo conozco dos o tres tonillos, y mal conocidos; le contesté para que no fuera a descubrir que sólo sabía cancioncillas rancheras o románticas melcochosas y no tenía un repertorio de canciones de tema social o revolucionarias, en fin me daba vergüenza que pudiera saber aquel dirigente nacional de la Liga, que yo estaba aún ‘dominado en la música, por la ideología burguesa’. Pero un camarada que me conocía desde años y de este defectillo, insistió:

-No seas cabra, échate una de esas que te he oído cuando nos la pachangueábamos en la Uni. Aunque sea una canción ranchera.

Hice un esfuerzo de memoria y de ánimo para sobreponerme ante el público imponente que componían mis tres camaradas, cuando José Ángel me preguntó: ‘te sabes esa que dice: hay unos ojos que si me miran, hacen que mi alma tiemble de amor...’

-Pero como no mi gordo melcochoso, le dije riéndome pero curándome en salud.

-Órale, órale deja de platicar y aviéntatela, me insistió riéndose aquel camarada que estaba muy enamorado de su compañera Estela Ramos Zavala, con quien tenía dos hijos. De mi parte dije lo que la tortuga: ‘por favor, no me echen al agua porque me ahogo’.

Aquí en el penal no tardé mucho en encontrar ambiente; por curiosidad formé un dueto con un viejito de voz fuerte y alegre violín. Como este era habitante del predio de posesionarios Tierra y Libertad, bautizamos al dueto con el nombre de: ‘Los dos amigos de Tierra y Libertad’. La primera vez que nos presentamos en el teatro del penal, cantando corridos a Villa y Zapata o canciones norteñas, el público formado por los reclusos recibió con aplausos y simpatía  desde que se anunció el nombre del dueto, aún sin saber quienes lo integraban. Cuando el violinista matachinero y el guerrillero guitarra en mano entraron a escena, las risotadas y los gritos se les fueron encima, luego vino el silencio expectante, que nos daba la palabra. Popular en el penal se hizo este dueto, durante un año, tiempo que duró preso el violinista. Esta participación mía, sin pretenderlo, fue borrando hasta cierto punto la impresión que muchos presos comunes tenían sobre los presos políticos. Nos veían como hombres muy distantes a ellos y que esas diversiones nos eran ajenas e indiferentes, que sólo nos preocupaban los libros. Y en esto tenía mucho que ver la imagen distorsionada que la prensa proyectaba sobre nosotros. He seguido participando en estas actividades, actualmente participo en un grupo de música norteña con acordeón, bajo sexto, tololoche y batería. He aprendido a tocar un poco los dos instrumentos de cuerda, de este grupo.

Otra actividad que hace unos dos años he venido realizando es la de participar en un Taller de creación literaria. El taller de literatura ‘El Topo’, nombre con el que lo bautizamos, ha venido trabajando bajo la coordinación afectuosa y solidaria de una compañera militante de izquierda. Al principio fue muy concurrido, pero con la gradual ex carcelación de presos políticos, beneficiados con la Amnistía y de los presos comunes que también han logrado su libertad, se ha reducido su membresía a cuatro compañeros. Sin ninguna formación literaria ni tampoco gran imaginación artística, pero con muchas ganas de contar cosas, he escrito varios cuentos que luego de la demoledora y benéfica crítica, han logrado sobrevivir en el Taller. Aún así, siento emocionante esta actividad, en la que pienso seguir experimentando.



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