Juego de ojos

"Juego de ojos" es la columna que escribo desde hace más de 20 años. Tomé prestado el nombre a Elías Canetti.
A lo largo del blog se alternan las ediciones de la columna con trabajos académicos, ponencias y noticias de libros que he presentado en México y en el extranjero.
(Este sitio dejó de actualizarse a partir del 30 de junio de 2012.)

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domingo, 17 de junio de 2012

Memoria de JdO - Ser padre

Miguel Ángel Sánchez de Armas
 
 
Este texto es de junio del 2005.
Los primeros tres párrafos son actuales.



       Hoy es día del padre. El mío falleció hace unos años y todavía escudriño las decenas de fotografías que tengo de él en busca de claves que me permitan entenderlo, desanudar y alisar el nudo que fue nuestra relación. Me reconozco en su fisonomía, cada vez más, pero no acabo de asimilar la peculiaridad de su cariño: afectuoso y lejano. Fue el mayor de muchos hermanos hijos de un yesero que se fue a la bola y que condujo a su familia con la mano de hierro del antiguo pater familias, la inflexibilidad de San Severo y la ausencia de humor que se esperaba de un hombre de su generación, para quien jugar con los niños y limparles las lágrimas era cosa de mujeres.
      Yo soy ahora padre. Cuando la divina luz de Anita iluminó mi vida me convertí en otro, espero que mejor. No conocí mayor gozo que verla crecer y no tuve mejor alegría que sentirla cerca de mi. Y siendo de quienes no creen en monumentos ni aniversarios, este domingo la idea de la paternidad me tiene cautivado. Quizá sea por dos textos dolorosos que leí: el de Sergio Sarmiento (Reforma) y el de Ceclia Fuentes (Milenio). En ambos, los autores tienden los brazos hacia el padre, si bien por razones distintas.
      Así pues, hoy ofrezco a mis lectores lo que en junio del 2005 escribí a propósito de una carta que me fue enviada. En la fotografía, como clon de Darwin, mi bisabuelo; el abuelo, atrás a la izquierda.
     
         


Una persona a quien quiero y respeto me hizo llegar unas líneas en recuerdo de su padre, muerto hace cuatro años. Demasiado tiempo mi amigo llevó una carga de amargura en el corazón, pero la vida le abrió los ojos y el alma a tiempo y se pudo reconciliar consigo mismo. Su texto es conmovedor, digno de ser compartido con usted:

“Mi padre murió amargado y solitario. Se fue de la casa cuando yo tenía 14 años, alegando que quería vivir su propia vida. Lo hizo a pesar de que no teníamos qué comer. Fue alcohólico, aunque decía que podía dejar de tomar en cualquier momento. Nunca me abrazó porque decía que los hombres no se demuestran ternura. No jugó conmigo ni con mis hermanos, porque eso era asunto de mamás. No sabía nada de mí, pero, cuando yo cometía un error, era implacable conmigo. Decía que trabajaba para su familia, sin embargo en la práctica éramos la última de sus prioridades.

“Durante años lo resentí. Marqué con ese rencor todas mis ilusiones e hice más frustrantes mis desilusiones. Un día me casé con una mujer maravillosa y me prometí que no iba a ser como él. Pensaba que ser buen padre era tratar bien a los míos, darles lo mejor que pudiera y estar con ellos cuando me necesitaran.

“Pero algo no estaba funcionando. Le pregunté a mi esposa por qué mis hijos no me hacían caso a mí, sino a ella. Quería averiguar por qué los niños no parecían disfrutar conmigo.

“-¿Sabes? -me respondió-. Cuando estás con ellos lo haces más porque es tu responsabilidad y no por que sea tu privilegio. Tus hijos van a disfrutar de ti sólo cuando tú disfrutes de ellos.

“Me di cuenta que era tanto mi resentimiento y mi deseo de ser diferente  a mí papá que me estaba pareciendo a él. Mi padre no estaba en la casa por borracho y yo por responsable. Él era lejano porque los niños eran cosa de mujeres y yo por que quería ser estricto y educarlos bien. Entonces comencé a descubrir las maravillas de pasar el tiempo con mis hijos, de jugar con ellos e integrarme a su vida. Dejé de intentar que ellos fueran como yo esperaba, y empecé a apreciar más cómo eran. Me permití inspirarme con su alegría y espontaneidad. Caí en cuenta de que yo podía crecer con ellos. Ya no me esforzaba por ser el adulto que lo sabía todo, más bien me inclinaba a ser la persona que quiere enseñar, pero que también está dispuesta a aprender; que no sólo sabe dar, sino que sabe recibir.

“Esto no ha sido fácil. Aún me descubro autoritario, lejano, rígido, impulsivo. Entonces recuerdo que eso no es lo que soy y me abro de nuevo al regalo de la vida, de los míos, de mi esposa y de mis hijos. Hoy celebro mi oportunidad de ser padre, los abrazos de mis hijos, un ejército de enanos que crea caos de fantasía, que rompen mis esquemas a punta de sonrisas e insolencias.

“La infancia de mi padre fue más dura que la mía. Le enseñaron que la vida era una carga. Él para su padre fue una carga. No conoció la ternura ni el apoyo, nadie se sintió orgulloso de él y él tampoco aprendió a sentirse orgulloso de sí mismo.

“Papá, antes de que te fueras hubiera querido decirte que, para mí, al igual que para ti, ser un niño no fue fácil, pero es más difícil ser adulto si encadeno mi vida y la de los míos a los rencores y a los fantasmas del pasado. Quiero perdonarte, darte la libertad en mi corazón de ser un buen padre, reconocer que a tu manera hiciste lo mejor que pudiste con tu vida.

“Sé que sentiste el dolor de tus propios errores. No me será fácil convertir en ángeles mis fantasmas, pero abriré con determinación las puertas de la aceptación y la gratitud.

“Papá, me siento orgulloso de ti, porque sin ti yo no sería lo que soy, porque tu vida me ayudó a encontrar mi camino, tu dolor me ayudó a evitar el mío, tus cualidades florecen en mí y valoro como un tesoro haberlas heredado de ti.”

Puedo decir con orgullo que mi amigo ahora es un buen padre.

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