Juego de ojos

"Juego de ojos" es la columna que escribo desde hace más de 20 años. Tomé prestado el nombre a Elías Canetti.
A lo largo del blog se alternan las ediciones de la columna con trabajos académicos, ponencias y noticias de libros que he presentado en México y en el extranjero.
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miércoles, 4 de abril de 2012

La aventura de leer - Llora, el país amado...



Miguel Ángel Sánchez de Armas

Este artículo es parte de
un libro en preparación.

De tarde en tarde llega a nuestras manos un libro que se nos mete al corazón y a las entrañas y nos conmueve hasta las lágrimas. Todo lector ha vivido esta experiencia por lo menos una vez en la vida y existen afortunados que la experimentan una y otra vez. Es el caso de Llora, el país amado del sudafricano Alan Stewart Paton, un autor que descubrí en las memorias de un periodista norteamericano -aunque debo apuntar que la verdad sea dicha, en materia de lecturas no hay casualidades.

Alan Paton nació en Pietermaritzburg, Natal, África del Sur, en 1903, unos siete meses después del fin de la guerra bóer. Su padre, un inmigrante escocés, era un estenógrafo de los juzgados y un aspirante a poeta. La familia de su madre era la tercera generación de colonos británicos en Natal. Sus primeros recuerdos fueron de la belleza del mundo a su alrededor, el esplendor de las flores y el trinar de los pájaros. También se deleitaba en las palabras y en los cuentos, incluyendo narraciones bíblicas que sus padres, integrantes de la estricta secta de los cristadelfos, le leían. Su padre, poco ilustrado pero muy creyente y muy devoto, golpeaba a sus hijos para hacerlos hombres de bien. Alan fue un lector precoz y de niño descubrió a Scott, a Dickens y a Brooke.

Esta formación lo convirtió en un radical opositor a la violencia y a los castigos, rasgo que habría de singularizarlo como maestro, político y escritor en el país cuna del apartheid, la terrible doctrina segregacionista oficial del gobierno sudafricano.


Después de la universidad, Paton dio clases de preparatoria y en 1935 fue nombrado director del Reformatorio Diepkloof, en donde estuvo 13 años. En 1946 se costeó un viaje para estudiar institutos correccionales en varios países. En una habitación de hotel en Trondheim, Noruega, comenzó a escribir Llora, el país amado y concluyó la novela el día de Navidad del mismo año en San Francisco. A su muerte en 1988 se habían vendido más de 15 millones de ejemplares y llevada dos veces a la pantalla, en 1951 y en 1995.

Llora, el país amado es la conmovedora historia de Stephen Kumalo, un pastor negro que abandona su iglesia en el pequeño pueblo de Ixopo para buscar en Johannesburgo a su hijo y a su hermana, de quienes no ha tenido noticias en varios años. En la ciudad descubre que su hermana es una prostituta desvencijada y triste y que su hijo ha asesinado al primogénito de un ranchero blanco de Ixopo. Regresa a su pueblo con el hijo de su hermana y la novia embarazada de su hijo preso y debe enfrentar al ranchero, su vecino.


El profesor Edward Callan de la Western Michigan University escribió un ensayo sobre la vida y obra de Alan Stewart Paton, un hombre fuera de serie, de la estirpe de quienes serán siempre recordados por su vida, pues la muerte no deja de ser un pequeño e incómodo accidente que pronto queda en el olvido. De Callan tomo libremente, en traducción propia, los párrafos de ésta y la siguiente entrega:  

Paton inició sus estudios a edad temprana y ascendió rápidamente, siempre más pequeño y joven que sus compañeros de clases. Como dirigente estudiantil en la Universidad de Natal, se graduó en física y matemáticas, además de escribir poesía y teatro para la revista estudiantil. En 1924 fue enviado a Inglaterra para representar a su escuela en una Conferencia Imperial de Estudiantes y regresó como maestro de matemáticas en la escuela preparatoria de Ixopo, en donde conoció y se casó con Dorrie Francis en 1928.

Siendo maestro en Ixopo y después en Pietermaritzburg, Paton escribió y desechó dos novelas sobre la vida de los blancos en África del Sur. Por esa época, a través de sus actividades en organizaciones como la YMCA y en campamentos de verano para jóvenes blancos desprotegidos, conoció a Jan Hofmeyr, quien se convertiría en el más prominente estadista liberal sudafricano y cuya biografía Paton habría de escribir.

En 1934 Hofmeyr fue ministro de Educación y del Interior. Introdujo modificaciones legales para transferir la operación de los reformatorios del departamento de prisiones al departamento de educación. Cuando se buscaron supervisores para transformar en escuelas los tres reformatorios existentes, Paton solicitó y obtuvo el de Diepkloof para negros en Johannesburgo que albergaba a cuatrocientos muchachos entre los nueve y 29 años. Los edificios eran viejos –ahí había estado preso Gandhi en 1913- y las facilidades sanitarias eran precarias. Los muchachos ni siquiera podían utilizarlas de noche, cuando, encerrados a 20 por celda, debían aliviarse en una cubeta. Poco había en la experiencia de Paton que lo preparara para la tarea de transformar esta virtual prisión en una escuela. Sin embargo, en tres años pudo informar: “Hemos eliminado los más obvios controles de prisión. Los dormitorios están abiertos toda la noche y el portón reforzado ya no está”.

Paton transformó Diepkloof en un lugar en donde los muchachos podían estudiar y aprender un oficio, y en donde aquellos que se habían ganado la confianza podían acceder a empleos pagados en el exterior. Sin ningún precedente con el cual guiarse, decidió utilizar la libertad como instrumento de reforma. Los recién llegados eran alojados en dormitorios “cerrados”. Si se hacían de fiar eran transferidos a alojamientos supervisados por una pareja. Con el tiempo a los muchachos libres se les permitía visitar a sus familias y a sus amigos los fines de semana. Y algunos -como Absalom Kumalo en Llora, el país amado- eran autorizados a vivir y trabajar fuera de Diepkloof. De los diez mil jóvenes a quienes se dio pase de salida durante los años que Paton estuvo en Diepkloof, sólo el uno por ciento no regresó. Uno de ellos mató a una mujer blanca que lo sorprendió en la despensa de su casa, circunstancia que sin duda inspiró un episodio similar en Llora, el país amado.

No todos los observadores del experimento de Paton en Diepkloof estaban impresionados por su éxito. El Dr. Hendrik Verwoerd, editor del diario Die Transvaler, quien con el tiempo sería primer ministro sudafricano, lo describió como un lugar “para el apapacho más que la educación; el lugar, de hecho, en donde uno se dirigía con un ‘por favor’ y un ‘gracias’ a los señores negros”. En 1958, el año en que Verwoerd se convirtió el primer ministro, Diepkloof fue clausurado y sus 800 jóvenes internos enviados a sus territorios de origen, en donde fueron colocados como trabajadores de ranchos blancos. Diepkloof hoy sobrevive sólo como una institución ficticia en Llora, el país amado y en algunos de los cuentos cortos de Paton.

Aunque Paton se ofreció como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, no pudo enlistarse. Al término de la guerra decidió mejorarse profesionalmente y para ello se costeó una gira por instituciones correccionales en Escandinavia, Inglaterra, Canadá y los Estados Unidos. A su llegada a Inglaterra en julio de 1946 asistió a una conferencia internacional de la Sociedad de Cristianos y Judíos como delegado de la sección sudafricana y en septiembre comenzó su recorrido de instituciones penales en Suecia. Leyó Las viña de la ira de Steinbeck mientras se encontraba en Estocolmo, y cuando comenzó a escribir su propia novela adoptó el método de Steinbeck de representar los diálogos con un guion inicial. También aprovechó para viajar a Noruega y visitar en Trondheim el escenario de una novela que le interesaba, Bendición de la tierra de Knut Hamsun.

Al viajar por los para él extraños bosques perennes de aquella zona montañosa, Paton sintió  nostalgia por las colinas de Natal.  En la recepción del hotel en Trondheim un ingeniero llamado Jensen se ofreció como intérprete y posteriormente lo llevo a la catedral de Trondheim en donde presenciaron la belleza serena del gran vitral rosa en el atardecer. Jensen acompañó a Paton de regreso al hotel y prometió volver en una hora para llevarlo a cenar. En el transcurso de esa hora e impelido por una poderosa emoción, Paton escribió el poético primer capitulo de Llora, el país amado, que comienza: “Hay un bello camino que va de Ixopo a las montanas...” En ese momento no sabia qué seguiría. Había esbozado el escenario para una novela.

Mas no era necesario un escenario formal. El problema de la decadencia de la cultura tribal, la pobreza de las reservaciones y la migración de la gente a los ya sobrepoblados centros urbanos -temática de Llora, el país amado- habían ocupado sus pensamientos durante mucho tiempo. Algunos meses antes había escrito artículos sobre las causas del crimen y de la delincuencia entre los africanos urbanos para el Johannesburg Journal Forum. En ellos advirtió contra la tendencia a ignorar las causas subyacentes del crimen africano, que atribuyó a la desintegración de la vida tribal y de la familia tradicional por el impacto de la economía y de la cultura occidentales.

Paton continuó trabajando en su novela, sobre todo en la noche, mientras cumplía un itinerario de reuniones y visitas profesionales. Escribía en hoteles, en trenes en Escandinavia e Inglaterra, durante una travesía atlántica en el Queen Elizabeth, y mientras viajaba de ciudad a ciudad en América. La concluyó la víspera de Navidad en San Francisco, California. Allí, en una reunión en las oficinas de la sociedad de cristianos y de judíos, conoció a Aubrey y Marigold Burns, quienes le brindaron su amistad, leyeron su manuscrito, y se propusieron encontrarle un editor.

Paton ha dicho que escribió Llora, el país amado presa de poderosos conflictos emocionales. Por un lado, se sentía obligado a clamar contra la injusticia en Sudáfrica. Por otro, estaba exhausto por un vivo deseo de justicia. La primera emoción es la más evidente en el libro primero, la historia del viejo sacerdote Stephen Kumalo, quien viaja de su aldea a la búsqueda de su hijo perdido en los pueblos negros como Newclare (llamado “Claremont” en la novela) y Orlando, al oeste de Johannesburgo cerca del reformatorio de Diepkloof y que hoy conforman la extensa ciudad en donde tuvieron lugar los levantamientos que terminarían con el apartheid: Soweto.

* * *

El libro de Alan Stewart Paton es conmovedor. Stephen Kumalo llega a Johannesburgo y es abrumado por los horrores (su hermana prostituta, su hijo asesino) de una sociedad en la que es menos que una morusa pese a –o a consecuencia de- su condición de anciano, negro, pobre, y sacerdote. En su luído y pringoso traje negro y alzacuellos a punto de desbaratarse, lleva al lector por las calles de la gran ciudad y las colonias negras en donde uno casi puede oler la pestilencia del hacinamiento y sentir el temor a la autoridad, las oleadas de la desesperanza, las punzadas del hambre y la amenaza latente del crimen y la violencia.

Pero en este sombrío panorama nunca deja de brillar una lucecita de esperanza. Un sacerdote blanco se da a la tarea de ayudar a Kumalo. El pequeño hijo de la hermana prostituta puede ser redimido. La niña embarazada por el hijo asesino encuentra en Kumalo a un protector. Y el papá de Arthur Jarvis, el blanco a quien Absalom Kumalo asesina de un tiro cuando es descubierto en la alacena de la casa en compañía de otros jóvenes, al final comprende, en medio de su dolor, las razones por las que su vástago se había entregado a la causa de la defensa de los derechos de los negros.

Son muchos los pasajes del libro que le hacen a uno sentir un vacío en el estómago. El lector, aunque no esté familiarizado con las características del apartheid, entiende de inmediato, sin panfletismos, las manifestaciones de esa política. En lo personal me pareció admirable que la obra de Paton, publicada hace más de 50 años, se mantenga tan cercana a un lector actual. Sin duda enriquece la larga tradición literaria sudafricana, tanto en afrikaans como en inglés.

Al respecto dice mi Encarta de cabecera: “Entre los escritores en afrikaans figuran poetas como D. J. Opperman y Breyton Breytenbach, considerado uno de los mejores autores en esta lengua; y varios novelistas preocupados por las consecuencias del apartheid político, como J. M. Coetzee (premio Nobel). Entre los escritores en inglés cabe citar a Olivia Schreiner, cuya novela Historia de una hacienda africana (1883) se considera un clásico por su estudio pionero de las relaciones raciales y sexuales. Los efectos de la política racial sudafricana sobre la vida privada de las personas se reflejan en las obras de diversos escritores del siglo XX internacionalmente conocidos. Figuran entre ellos los novelistas Alan Stewart Paton y Doris Lessing; la novelista y autora de relatos Nadine Gordimer, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1991; y el principal dramaturgo surafricano, Athol Fugard. Las obras de Fugard, como El nudo de sangre (1961), Boesman y Lena (1969) y La lección de áloe (1980), desafían abiertamente la política gubernamental. Breytenbach, antiguo defensor del nacionalismo afrikáner, escribió en inglés Las confesiones de un terrorista albino (1985). Durante su exilio en París renunció a su lengua materna. La novela ofrece un duro relato de sus siete años en prisiones surafricanas acusado de terrorismo.”

Regresemos a la reseña del profesor Edward Callan:

La emoción de pelear, el vivo deseo de justicia, impregnan los episodios de Jarvis en el libro segundo de la novela. Aquí, el espíritu de Abraham Lincoln está palpablemente presente. El fantasma de Lincoln frecuenta el estudio del hombre asesinado, Arthur Jarvis, cuyo padre -un hombre de poca lectura- se asombra al encontrar un estante lleno de libros sobre Lincoln. Hojeando uno encuentra la “Oración de Gettysburg” y, más adelante, el segundo discurso de toma de posesión [...] Paton escribió estos episodios mientras atendía una conferencia en Washington. Allí, el monumento de Lincoln lo impresionó: “Subí los escalones del monumento con un sentimiento parecido al temor y estuve parado durante mucho tiempo ante la figura de uno de los hombres más grandes de la historia, seguramente el más grande de todos los jefes de Estado, el hombre que pasaría una noche sin dormir porque le habían pedido la ejecución de un soldado joven. Él ciertamente sabía que al perdonar somos perdonados.” [...]

No es sorprendente que algunos episodios en Llora, el país amado reflejen admiración por Lincoln [...] Ni es sorprendente que una aureola de esperanza impregne la novela en su totalidad. En 1946 había expectativas de que los sudafricanos, en particular los veteranos que regresaban de la guerra, estuvieran preparados para nuevas condiciones en las relaciones raciales. Además parecía que el Parlamento aceptaría el informe liberal de una comisión encabezada por Jan Hofmeyr que investigó las condiciones urbanas. Por eso mismo nadie anticipó la victoria del Partido Nacionalista Afrikáner en la elección de 1948 que intensificó la política de separación racial. [...]

Mientras que las cuatro décadas posteriores trajeron un gran cambio, las circunstancias de 1946 representadas en la novela no han perdido su fuerza. Esto [se deriva] de un efecto de la narración que produce a lectores actuales una perspectiva [...] de alguna manera comparable a la de las audiencias en el teatro trágico griego, que viven las consecuencias de la lucha desplegada ante ellos [...] Los insuperables problemas sociales de Sudáfrica que una vez parecieron simplemente siniestros, ahora pueden aparecer como presagios de una tragedia. [...]

Llora, el país amado fue publicado en Nueva York en febrero de 1948 sin mucha publicidad, pero fue reseñada por críticos importantes, los lectores la recomendaron de boca en boca, y las ventas aumentaron rápidamente. Maxwell Anderson y Kurt Weill produjeron una versión musical, “Perdido en las estrellas”, y Korda la filmó. Durante las cuatro décadas desde que fue escrita, la novela ha vendido millones de copias y ha continuado causando interés en el lector mundial, con traducciones en unos veinte idiomas, entre ellos el zulú y del afrikáans.

Naturalmente Llora, el país amado tuvo una recepción ambivalente en Sudáfrica. Muchas personas de habla inglesa admiraron la belleza de sus pasajes líricos, pero no todos reaccionaron con simpatía a su representación del decaimiento social en las hacinadas poblaciones negras, o a su insistencia en la necesidad de compasión y de  restauración.

Con la excepción de Die Burguer, ningún periódico en lengua africana de Ciudad del Cabo la reseñó. Muchos afrikáners, sin duda, se hubieran disgustado al leerla. Como la esposa del primer ministro, quien dijo a Paton en la premier sudafricana de la película: “En verdad, señor Paton, ¿usted realmente piensa que las cosas son así?”

El éxito de Llora, el país amado fuera de Sudáfrica alentó a Paton para renunciar al reformatorio y dedicarse a escribir. [...] Pronto publicó una segunda novela, Too Late the Phalarope, y una colección de cuentos breves [...] Pero un acontecimiento imprevisto intervino para cambiar su vida otra vez. En mayo de 1948, un mes antes de que su dimisión a Diepkloof tomara efecto, el partido nacionalista africano [...] instituyó su política del apartheid [...] y antes del final del año Jan Hofmeyr murió a los 53 años. “Y así pues”, como Paton dijo, “una gran luz se apagó en la tierra, haciendo a los hombres más conscientes de la oscuridad.”

En 1953 Paton junto con otros estableció un partido liberal para presentar un alternativa no racial a las políticas separatistas del gobierno afrikáner. En 1956 lo eligieron su presidente. El proyecto a largo plazo era alcanzar sin violencia una Sudáfrica democrática. Inicialmente la mayoría de sus miembros eran blancos, mas pronto los negros constituyeron la mayoría. El partido provocó la ira del gobierno y su poder represivo. El Dr. Verwoerd dijo al parlamento que cuando Sudáfrica se convirtiera en una república “no habría lugar para  los partidos liberales o similares que desean colocar a blancos y negros en igualdad”. Y el ministro de justicia, J. B. Vorster, dijo al parlamento que los liberales eran más peligrosos que los comunistas, y eran “a propósito o involuntariamente, los primeros promotores del comunismo.” Cuando Paton se presentó en el juicio contra Nelson Mandela en junio de 1964 para abogar por la mitigación de la sentencia pues temía que Mandela y sus coacusados fueran sentenciados a muerte, el fiscal declaró “que lo desenmascararía”, y le espetó burlonamente: “¿Es usted comunista... o sólo un compañero de viaje?”

 Sin una representación parlamentaria significativa, los liberales se opusieron al apartheid de todas las formas que pudieron. Paton, por ejemplo, regresó a ser ensayista y folletista y, entre otras cosas, ayudó a establecer un fondo para pagar los costos legales del jefe Luthuli y otros acusados de traición en 1956. [...] El partido liberal fue diezmado por prohibiciones y restricciones a sus miembros en los sesenta, y disuelto en 1968 por una legislación que prohibía mezclar actividades políticas con cuestiones raciales. No todas las tribulaciones del partido pueden ser atribuidas a la mala voluntad del gobierno, pues algunos militantes retormaron la violencia y realizaron una serie de bombardeos sin sentido. Consecuentemente, todos los miembros en general sufrieron al saber que muchos de sus sacrificios por la causa del cambio no violento habían sido anulados en gran parte. El partido liberal tenía pocos triunfos, pero elevados reconocimientos ocasionales. Este fue el caso en 1960 cuando Paton fue honrado por la Freedom House de Nueva York con la “Presea a la Libertad”  en una ceremonia encabezada por el poeta Archibald MacLeish [...]

Aunque las circunstancias colocaron a Paton en la actividad política, sería incorrecto apreciar su novela como un documento político. Mientras que una preocupación primaria del arte es una belleza formal que puede reflejar la injusticia, una preocupación primaria de la política es la búsqueda del poder, y la literatura que lo sirve es propaganda, no arte. Llora, el país amado no es propaganda. No busca ningún consuelo en esquemas políticos utópicos de izquierda o de derecha, sino que revela una preocupación por fomentar en los individuos una capacidad para la justicia. Los revolucionarios despreciarían las acciones personales tomadas por los personajes del libro para restaurar la iglesia de la aldea y liberar la tierra. Pero Paton pudo responder recordando la inscripción en una placa en una vieja iglesia de Yorkshire: “En  el año de 1652 cuando a lo largo de Inglaterra todas las cosas sagradas eran profanadas y despreciadas, esta iglesia fue construida por sir Robert Shirley, cuya alabanza especial es haber hecho la mejor de las cosas en el peor de los tiempos [...]

Al comentar en 1982 el pasaje del cual la novela toma su título: “Llora, el país amado, por el niño no nacido que es el heredero de nuestro miedo...”, Paton dijo: “Me asombra a veces que esas palabras fueran escritas en 1946 y que haya tomado a muchos blancos sudafricanos treinta años para reconocer su verdad, cuando los jóvenes negros comenzaron a alzarse en la gran ciudad negra de Soweto el 16 de junio de 1976, un día después de lo cual, de todos los cientos de miles de días de nuestra historia escrita, nada sería lo mismo otra vez”.

En una conferencia en el Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales en 1985, comentó:

“En épocas como la actual es fácil perder la esperanza. Nadezhda Mandelstam, cuyo esposo, el poeta Osip Mandelstam, murió en 1938 en un “campo de transito” en Vladivostok, escribió un libro acerca del sufrimiento indescriptible de su vida bajo Stalin. A este libro ella lo llamó Esperanza contra la esperanza. Después de la muerte del poeta ella escribió un segundo libro, y deseó que se llamara Esperanza abandonada. En Sudáfrica todavía estamos escribiendo el primer libro. Confiamos en que nunca tendremos que escribir el segundo”.


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