Miguel
Ángel Sánchez de Armas
En el verso de Martin Niemöller, una voz que
parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los
judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los
comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por
los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego
vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.
El silencio y la ceguera inducida o voluntaria
casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en
Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en
los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra
quemada en Sudáfrica; el Holocausto. En estos episodios, de entre una lista
que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una
constante. Las primeras noticias de los campos de concentración nazis fueron
relegadas a pequeños espacios interiores por los editores judíos del New
York Times para no dar la impresión de que eran manipulados por la
propaganda.
En la última semana de abril conmemoramos los
“días del recuerdo” del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos
aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalém,
en el Museo del Aparheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga,
Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gúlag soviético; en el recuerdo de
los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria que es la única
defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre
cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.
Al revisar los archivos, descubro que desde 1933,
aquí y allá, en diarios norteamericanos locales de poca circulación, se dieron noticias que
debieron haber sido como focos rojos; compruebo una vez más que las hemerotecas
son como dedos acusadores.
El 2 de abril de 1933 el Charleston Gazette publicó:
“En Alemania, día de boicot contra judíos”, dando cuenta de movilizaciones de
camisas pardas que pintaron leyendas como “Peligro, tienda judía” y “Cuidado
con el judío”, junto con calaveras y huesos cruzados, en comercios.
The Sheboygan Press del 27 de noviembre de 1935 llevó la nota:
“Hitler asegura que Alemania es el dique contra el comunismo”, con
declaraciones del canciller en el congreso de Nurenberg que votó las leyes
raciales que prohibieron el matrimonio entre judíos y no judíos y despojaron de
derechos civiles a los alemanes con sangre judía. “Esta legislación no es antijudía;
es pro alemana”, dijo Adolf.
“Ordenan cesar la violencia contra los judíos en
Alemania” fue el titular del Edwardsville Intelligencer del 10 de
noviembre de 1938. En la nota se lee que el médico norteamericano Lawrence K.
Etter y varios noruegos, suizos y daneses, fueron llevados a la comisaría por
tratar de tomar fotos y filmar a la turba nazi que se dedicó a destruir
comercios y sinagogas, además de arrestar a miles de judíos “para protegerlos”.
En el Circleville Herald del 21 de febrero
del 41 apareció la información de que todos los judíos vieneses serían
deportados a Lublin, Polonia, en doce corridas mensuales de trenes especiales.
En Lublin se estableció el campo de concentración de Majdanek.
“Terror y muerte para judíos alemanes” fue el
título del reportaje firmado por Pierre J. Huss en el Lowell Sun el 27
de enero del 42: “Una noche pasé por la sinagoga de la Fasanen Strasse
(destruida por los nazis en noviembre del 38). Vi un conjunto de camiones y
pensé que estarían instalado en las ruinas una batería antiaérea. En la
oscuridad escuché gemidos y voces que daban órdenes. Regresé para averiguar.
Por accidente me había topado con una de las primeras concentraciones de judíos
en sus antiguas sinagogas para de ahí ser llevados a los guetos de Galicia. El
sistema de Bormann para liquidar a los judíos era tan eficiente como inhumano.
Noche a noche alrededor de las 11, escuadrones volantes de la Gestapo salían
por la ciudad para sacar de sus hogares a familias judías”.
El 29 de noviembre del 43, The Gleaner dio
cuenta de la masacre de siete mil judíos en Babi Yar, en las afueras de Kiev,
en represalia por supuestos atentados contra las tropas nazis que avanzaban al
Don y al Volga. “Los alemanes obligaron a prisioneros rusos a cubrir los
cuerpos de los ejecutados. Muchos estaban vivos, de tal suerte que la tierra se
movía en la fosa”.
Un año después, el Galveston Daily del 26
de noviembre anunció el reconocimiento oficial de las atrocidades:
“Funcionarios estadunidenses describen asesinatos masivos de los nazis”. La
nota es un testimonio de las condiciones en los campos de Auschwitz y Birkenau:
“Es innegable que los alemanes han asesinado a millones de civiles sistemática
y deliberadamente”.
El 30 de abril del 45 en el Herald Press apareció
la noticia de que el ejército norteamericano había liberado a 32 mil “muertos
vivientes” en Dachau y el Gleaner del 21 de noviembre siguiente publicó
a ocho columnas: “Comienza el juicio de los principales criminales de guerra
nazis”.
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