Miguel Ángel Sánchez de Armas
Abrazo a Nicanor Parra por el Cervantes…
pero más por las horas felices.
La lectura y sus sujetos-objetos, los lectores, son habitantes permanentes de esta columna. Esto es lógico para un escribidor que adquirió precozmente el vicio que ni castigos ni sangre han sanado. Tendría siete u ocho años cuando, enviado a la tienda del pueblo, descubrí un estante para la venta de cuentos y me puse a hojear uno. Esa noche me encontraron en el rincón encantado y pagué con cuero la angustia que a la manera de Huckleberry Finn hice pasar a mi familia y a los vecinos.
Ya mayor conocí a Edmundo Valadés y él me dijo que leer es “nunca más volver a estar solo”. Supe que Gorki, igual que yo, encontraba que al recrear sus lecturas las distorsionaba y les agregaba cosas de su propia experiencia porque literatura y vida se le habían fundido en una sola esencia. Para él un libro era una realidad viviente y parlante. Menos una “cosa” que todas las “otras cosas” creadas o por crearse. Más adelante no me sorprendió enterarme que Goethe también creyera que al leer no es que aprendamos, sino que nos transformamos, y alguna vez me pregunté cómo había sido que Vasconcelos hablara de libros que se leen de pie y libros que se leen sentados, estando seguro de que había sido yo el autor de esta máxima.
Por todo esto, me parece un despropósito teorizar sobre la relación que tenemos con los libros. Es como querer interpretar la relación que tenemos con lo humano. Así como un tono de voz, un aroma o un roce de piel nos pueden cambiar la vida, también el párrafo de un libro, el resplandor de una frase o la melodía de una metáfora pueden tener sobre nosotros el efecto de un rayo y poner de cabeza el mundo en el que hasta en ese momento vivíamos plácidamente.
Es curioso que el libro moderno -con la apariencia que hoy conocemos- tenga más de 560 años y la celebración mundial de su día tenga apenas 16, porque fue en 1996 cuando la UNESCO declaró el 23 de abril como la fecha para celebrar este objeto lo mismo enaltecido que vilipendiado o temido. Ahora que recordamos el Holocausto no olvidemos que los nazis echaron a la hoguera a tantos volúmenes como seres humanos.
(Los extremos de este timor libris van desde un alto funcionario mexicano de pena ajena que prohibió a su hija leer Aura de Fuentes, hasta la orden de arresto contra el “agitador revolucionario Matigari por conspirar para derrocar al régimen” librada por el gobierno de Nigeria cuando Nguyi wa Th´iongo publicó con ese nombre una novela ¡basada en una leyenda kikuyo!)
En apariencia inocente, el libro es un símbolo del saber y quizá por ello la relación entre libros y poder transita entre vicisitudes. Los libros encierran misterios, son objetos polifacéticos con los cuales se entabla un vínculo complejo. Me parece que se han creado una serie de mitos alrededor de él y de su significado, sobre los que me gustaría reflexionar.
Mito 1. La lectura es muy valiosa y se le debe impulsar.
En las sociedades modernas, especialmente en las que se definen como democráticas, el libro ocupa un lugar privilegiado en el discurso oficial y educativo… pero las políticas públicas orientadas a fomentar la lectura o no han sido las adecuadas o algún compló las ha truncado. En el Día Mundial del Libro políticos y funcionarios de la educación (pública y privada) se llenan la boca con arengas y se organizan ferias, talleres y encuentros, pero las frías cifras dicen que en nuestro país el consumo de libros es de 2.9 al año por cabeza. ¿Esto confirma que somos una sociedad a la que no le gusta leer, como muchos dicen? No lo sé. Creo que el fenómeno es muy complejo y tiene aristas que no hemos analizado. La distancia entre el discurso y la intimidad de la lectura que se lleva a cabo en una sala, en la cama, en la mesa o en un autobús es todavía insalvable.
Mito 2. La lectura está al alcance de todos, es cuestión de decidirse.
Hace años, cuando los canales se contaban con los dedos, era una excentricidad consumir la programación cultural del once (“frente a sus cámaras se comete el crimen perfecto”) o del ocho (“los diálogos de Octavio con Paz”). Era un problema intelectual: la enorme distancia entre el interés que despertaba la tele comercial y el monumental desinterés en la programación aburrida de “la cultura”… que, debo admitir, era un fardo. Con los libros sucede algo similar: no hay entrenamiento; los niños y jóvenes en edad escolar leen lo mínimo para cumplir las obligaciones escolares porque no hay programas que los introduzcan verdaderamente a la lectura… algo comprensible si sus maestros entran en el universo que lee 2.9 libros. Enseñar a leer por placer no es una tarea a la que se apliquen padres ni docentes, porque muchos de ellos desconocen absolutamente tal gozo.
A eso le añadimos que la lectura parece estar reservada a un grupo privilegiado de la población que tiene los recursos para comprar libros. Mientras el hábito de leer no haga de éstos objetos de primera necesidad su costo seguirá siendo visto como excesivo. Respecto del salario mínimo, la lectura sigue estando en desventaja.
Mito 3. No se lee porque las computadoras han desplazado a los libros.
La importancia creciente que ha adquirido el uso de las tecnologías de la información y la comunicación sólo ha modificado el soporte del material de lectura, de modo que quienes adquieren el gusto de leer, lo mismo lo hacen en un libro tradicional que en una computadora, en un teléfono móvil o en otros populares aparatejos. La nostalgia de oler la tinta es eso, nostalgia, porque sólo cambian los artefactos en los que se lee, pero el proceso de aprendizaje o simplemente de disfrute que puede producir leer en un libro impreso o en un archivo es el mismo. (El autor confiesa que cayó en pecado y ya disfruta de su Kindle… con el peligro para la civilización occidental que esto representa.)
Mito 4. En la actualidad es más fácil tener acceso a materiales de lectura gracias a las tecnologías de la información y la comunicación.
Este gran mito se ha creado debido a la rapidez en la transmisión de información que ofrecen las TIC y a la disponibilidad de materiales en internet, aunque en realidad lo que han hecho es desfavorecer la lectura. Es como la persona que desea perder peso y se da a la tarea de guardar recomendaciones de dietas, sin comenzar nunca una. Las posibilidades que ofrecen las TIC para la lectura no han sido suficientemente exploradas y se han visto rebasadas por el uso intensivo de las redes sociales, donde prevalece el uso de convivencia social virtual sobre el de intercambio de información. Con ello se favorece un nivel de lectura y de escritura muy elemental que no fomenta el acceso a los libros.
La desmitificación sólo tendrá visos de realidad si se reconoce la paradoja de que el placer de la lectura es un problema sencillo y al mismo tiempo de gran complejidad. Es necesario aplicar políticas públicas que vayan al fondo del asunto. ¿Cómo hacer que los niños y jóvenes lean aunque sus padres y maestros no lo hagan? ¿Cómo articular programas en los que se haga participar a quienes sí desean favorecer la lectura? ¿Cómo aplicar programas en los que sea más importante ganar adeptos a la lectura que dar reportes de interés político sobre las acciones realizadas? Es decir, estructura programas que erradiquen la simulación y atiendan el problema.
Podríamos ensayar abriendo las ventanas de la escuela y echar a la calle las declaraciones, las ceremonias y los eventos para centrarnos en construir una zona de placer y disfrute para la lectura. Cada lector ganado debe considerarse un triunfo, no una estadística para apantallar al rector o al funcionario. Quizá tendremos así mejores resultados como sociedad. Me es inevitable recordar el pasaje de La sociedad de los poetas muertos cuando el profesor (Robin Williams) invita a los alumnos a descuajar del libro de texto de poesía la introducción culterana y pedante y zambullirse en el placer de la musicalidad poética.
Pienso que el espacio natural para la fiesta del libro debieran ser las bibliotecas… cuando se reeduque a la mayoría de los bibliotecarios -de ser necesario mediante una versión democrática y no sangrienta de la revolución cultural del llorado Mao- para que construyan espacios de diversión en donde hoy administran sus celdas cartujas. En otros países la biblioteca permanece abierta en las noches y los fines de semana y a los jóvenes se les permite estudiar en piyama, tomar refrescos, consumir papitas, reírse y hacer grupos de trabajo… mientras que acá la biblioteca es un templo de solemnidad en donde un Zeus formidable arroja rayos a quien alce la voz u, ¡horror!, mordisquee una torta a escondidas mientras lee su mamotreto. Con el corazón dolido digo que de esto no se salva ni la biblioteca de mi propia universidad.
Termino con una idea de Los bárbaros de Alessandro Baricco, el texto más sugerente que he leído este año. Cito de memoria: ningún libro puede llegar a estar cercano y ser apreciado por las nuevas generaciones si no adopta la lengua del mundo nuevo. Si no se alinea con la lógica, con las convenciones, con los principios de la lengua más fuerte producida por el mundo. Si no es un libro cuyas instrucciones de uso se hallan en lugares que NO son únicamente libros.
Nota bene: los invito a pensar en esta propuesta. ¿Qué son los lugares NO únicamente libros? Vale.
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