Miguel Ángel Sánchez de Armas
Este texto es del 2003
Este texto es del 2003
Nunca debí escribir Vida de perros. Desde su publicación todo me va mal. Un escrofuloso cuadrúpedo de mi colonia al que llaman el chimuelo, me correteó; una oscura asociación de canófilos sotaventinos me declaró “Enemigo Público Número Uno” y emitió una fatwa en mi contra; cierta agrupación de ejidatarios de Morelos -afiliada a la CNC Cardenista- amenaza con llevarme ante los tribunales por daño culposo a dos perros de aquel estado.
Ya perdí la cuenta de los que me paran en la calle y con ojo entrecerrado y voz silbante quieren saber si realmente lancé los 350 kilos de mi motocicleta contra un indefenso perrito en la carretera a Cuernavaca. Ponen ojos de plato cuando digo que así fue y alzan los hombros con desdén al escuchar el tímido colofón de mi aventura: tres meses con un cabestrillo y una fortuna en medicinas y rehabilitación.
El colmo es CM. Con la más brillante de sus sonrisas me extiende un libro de Manuel Benítez Carrasco y dice, con ironía afiliada cual estilete de capeto: “Pues nunca he sabido que a un periodista alguien le haya escrito un poema... como sí ha sucedido con los perros”: Con una pata colgando / -despojo de una pedrada- / pasó el perro por mi lado. / Un perro de pobre casta. / Uno de esos callejeros / pobres de sangre y de estampa.
Me doy cuenta de que es imposible ganar y acepto que en el poema de Benítez hay al menos una estrofa con imágenes afortunadas: Y adiós la desconfianza. / Que ya se tiende a mis pies / a tiernos aullidos habla, / ladra para hablar más fuerte, / salta, gira, gira, salta, / lloran, ríen, ríen, lloran / lengua, orejas, ojos, patas, / y el rabo es un incansable / abanico de palabras.
Y desde luego que es mérito de condigno, si esta condición se puede aplicar a un poeta, que imagine un cielo de los perros en donde un San Roque recibe a los gozques y los recompensa por los sufrimientos en su valle de lágrimas: Para ti... un rabo de oro, / para ti... un ojo de ámbar; / tú tus orejas de nieve; tú, tus colmillos de escarcha. / Tú... tu muleta de plata.
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