Juego de ojos

"Juego de ojos" es la columna que escribo desde hace más de 20 años. Tomé prestado el nombre a Elías Canetti.
A lo largo del blog se alternan las ediciones de la columna con trabajos académicos, ponencias y noticias de libros que he presentado en México y en el extranjero.
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domingo, 20 de mayo de 2012

Memoria de JdO - Vida de perros II

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Este texto es del 2003


Nunca debí escribir Vida de perros. Desde su publicación todo me va mal. Un escrofuloso cuadrúpedo de mi colonia al que llaman el chimuelo, me correteó; una oscura asociación de canófilos sotaventinos me declaró “Enemigo Público Número Uno” y emitió una fatwa en mi contra; cierta agrupación de ejidatarios de Morelos -afiliada a la CNC Cardenista- amenaza con llevarme ante los tribunales por daño culposo a dos perros de aquel estado.

 Por si fuera poco, la otra noche en un restaurante de postín un diminuto y perfumado braco me estuvo gruñendo y mostrando los colmillos cada vez que su dueña se descuidaba; y en mi anterior empleo andan diciendo que yo fui culpable de la muerte de la pelusa, compañera del canelo. La pobre quedó en calidad de calcomanía cuando se rehúso a darle el paso a un camión materialista.




 Creo que destapé la caja de Pandora del mundo animal. Parece que el amor a los perros es más intenso que el amor por la justicia. “¿Cómo es posible que le tengas miedo a los perritos, si son lo más lindo del mundo?”, exclama con voz aguda mi cuata RI, la que tiene un doctorado en ciencia política. Cuando le recuerdo que hace poco un rottweiler destazó a su dueño, que están documentados casos de doberman que se almorzaron a los bebés que debían cuidar y que en la obra de Orwell el cerdo Napoleón utiliza a los mastines que secuestró de cachorros para oprimir a los demás animales de la granja, responde con un mohín de fastidio: “Ay, ¡tú siempre tan exagerado!”

Ya perdí la cuenta de los que me paran en la calle y con ojo entrecerrado y voz silbante quieren saber si realmente lancé los 350 kilos de mi motocicleta contra un indefenso perrito en la carretera a Cuernavaca. Ponen ojos de plato cuando digo que así fue y alzan los hombros con desdén al escuchar el tímido colofón de mi aventura: tres meses con un cabestrillo y una fortuna en medicinas y rehabilitación.

El colmo es CM. Con la más brillante de sus sonrisas me extiende un libro de Manuel Benítez Carrasco y dice, con ironía afiliada cual estilete de capeto: “Pues nunca he sabido que a un periodista alguien le haya escrito un poema... como sí ha sucedido con los perros”: Con una pata colgando / -despojo de una pedrada- / pasó el perro por mi lado. / Un perro de pobre casta. / Uno de esos callejeros / pobres de sangre y de estampa.

 Respondo que está equivocada. Que en la poética popular bardos hubo que cantaron loas a los informadores. “¿Ah sí?”, contesta. “¿Cómo quién?” Me exprimo el seso y sólo recuerdo a Guillermo Aguirre: En torno de una mesa de cantina, / en una noche de invierno, / regocijadamente departían / seis alegres bohemios. Pero ella examina sus cuidadas uñas y sin mirarme dice: “Sí, claro. Ustedes los periodistas... son... medio... bohemios, ¿verdad?”

Me doy cuenta de que es imposible ganar y acepto que en el poema de Benítez hay al menos una estrofa con imágenes afortunadas: Y adiós la desconfianza. / Que ya se tiende a mis pies / a tiernos aullidos habla, / ladra para hablar más fuerte, / salta, gira, gira, salta, / lloran, ríen, ríen, lloran / lengua, orejas, ojos, patas, / y el rabo es un incansable / abanico de palabras.

Y desde luego que es mérito de condigno, si esta condición se puede aplicar a un poeta, que imagine un cielo de los perros en donde un San Roque recibe a los gozques y los recompensa por los sufrimientos en su valle de lágrimas: Para ti... un rabo de oro, / para ti... un ojo de ámbar; / tú tus orejas de nieve; tú, tus colmillos de escarcha. / Tú... tu muleta de plata.



 Estoy deprimido. ¡Protesto! Son injustos los correos que Vida de perros hizo llegar a mi buzón. Sólo quise documentar mi escasa relación con el mejor amigo del hombre. No me merezco un trato así. Quizá deba regresar al columnismo político. Entonces nadie se metería conmigo.


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