Juego de ojos

"Juego de ojos" es la columna que escribo desde hace más de 20 años. Tomé prestado el nombre a Elías Canetti.
A lo largo del blog se alternan las ediciones de la columna con trabajos académicos, ponencias y noticias de libros que he presentado en México y en el extranjero.
(Este sitio dejó de actualizarse a partir del 30 de junio de 2012.)

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lunes, 6 de febrero de 2012

Conferencia - La función de los medios en la crisis del mundo postmoderno: seis reflexiones

Dr. Miguel Ángel Sánchez de Armas



Conferencia dictada en el X Encuentro de Centros de Cultura. Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. 11 de noviembre de 2008.

[Resumen: No son pocos los autores que asignan a los medios de comunicación el papel de “motor principal” de la democracia, y tal percepción es ampliamente compartida en el imaginario colectivo. Sin embargo, un análisis crítico no sostiene tal aseveración. Los medios son en efecto una herramienta poderosa para la construcción de las sociedades democráticas, mas su papel debe ser examinado y revalorado a la luz de otras disciplinas para dimensionar su verdadero alcance y así potenciarlos como instrumentos de la democracia.] 

Palabras clave: medios - democracia – comunicación – sociedad.

Presentación
Estas reflexiones tienen su origen en la conferencia inaugural que dicté en abril de 1997 al octavo encuentro de la “Asociación Binacional de Escuelas de Comunicación de las Californias”, en la Universidad de California en San Diego (UCSN), ampliando preocupaciones anteriores que en mucho pude organizar gracias a mi traducción del ensayo de Jay Rosen “Política, visión y la prensa: hacia una agenda pública para el periodismo”, publicado en 1994 en la Revista Mexicana de Comunicación, texto que a su vez animó una discusión sobre el verdadero papel de los medios en la construcción de una sociedad democrática que por aquellas fechas sosteníamos en la academia de comunicación mexicana.

Me pareció entonces, y sigo creyendo, que es menester revisar, recuperar  y revalorar a teóricos de la comunicación del pasado que tuvieron un enfoque humanista y no mecanicista, para entender a los medios en su contexto social real, no como entes aislados en la superestructura, sino en su carácter de herramientas políticas. Siguiendo a Deutsch y a Lippmann, los medios son un componente importante del sistema de dominación social. Y si bien impulsan y en ocasiones reformulan los valores y prácticas de la democracia, ello no les quita el carácter de correas transmisoras de los sistemas dominantes. Pero en una relación dialéctica, la democracia también es el principio constructor de los sistemas de comunicación que llamamos masivos, o sociales. De esta manera, la información regresa sobre quienes toman decisiones. “Todas las organizaciones son parecidas en ciertas características fundamentales y la comunicación mantiene la coherencia de toda organización. La comunicación, o sea la capacidad de transmitir mensajes y reaccionar frente a ellos, forma las organizaciones”.
Estas reflexiones, pues, no son un intento de formular una teoría. Consideran a los medios como agentes de condicionamiento al servicio del establishment. Esto me permite ciertas licencias, como utilizar los términos prensa y medios cual sinónimos, y recurrir a un mínimo de citas bibliográficas, ya que el presente escrito es más hijo de la reflexión y del discurso en voz alta, que del gabinete académico.
1
La mayoría de autores dedicados al estudio de la comunicación admiten de manera casi automática la relación entre medios y democracia, y asignan a esta conexión un papel decisivo para el ensanchamiento y profundización de este don social que nos es tan caro.
Sin embargo, la comunicación tiene una vida concreta que se desarrolla día con día en distintos medios -prensa, radio, televisión, cine, internet- que, sobre todo en sus segmentos informativos, acusa problemas de auditorio: la prensa tiene un nivel de lectores en descenso y los noticiarios de radio y TV difícilmente superan en rating a los programas de entretenimiento.
Lo que resulta de esta situación es la paradoja de la importancia que atribuimos a los medios en la democratización de las sociedades y la importancia relativa que éstas dan a aquellos. Parece no haber reciprocidad. Esto nos lleva a la reflexión de que, en tal contexto, el valor de los medios estriba quizá más en su carácter político que en su naturaleza comunicadora o de difusión.
En la gran mayoría de los ejemplos de penetración e influencia de los medios en los procesos sociales se puede identificar una actuación política de esta actividad.
2
Creemos que medios y democracia se encauzan y determinan recíprocamente. Todos los actores sociales, incluidos los medios, son en última instancia los protagonistas de una puesta en escena que es el perfeccionamiento de la democracia. Quizá el camino que conduce a ese ideal fuese más largo y penoso en ausencia de la prensa.
Relacionado con esto, pensemos en el papel cada vez más ritualizado de la importancia de la comunicación. Esto es, cómo en las sociedades modernas o las más desarrolladas, se le está dejando cada vez más a los medios la responsabilidad de decidir sobre aquello que afecta la vida social y la vida política.
El hombre medio parece haber decidido que la importancia y la credibilidad de los medios puede llegar a reemplazar su opinión y actuación, reemplazo que se antoja como letargo, como alejamiento de los hombres de la actividad que a lo largo de su historia les ha caracterizado: la política.
No parece extraño entonces que en la sociedad contemporánea algunos consideren el quehacer político como patrimonio casi exclusivo de los medios. Una realidad que podemos constatar cada vez con mayor frecuencia es la extendida percepción de la existencia de los hechos merced a su inclusión en los medios. Y como consecuencia la sensación de que lo que no nos es servido por los medios no existe, o corresponde a una dimensión ajena.
Los siglos XIX y XX son ricos en ejemplos (y no es que antes no se encuentren, pero con algunos recientes basta para ilustrar el punto). Durante este periodo, casi sin excepción, tanto en naciones democráticas como en regímenes autoritarios y  populistas se utilizan sistemas de comunicación ricos en símbolos y ritos.
El medio por excelencia para esta labor fue la radio, dada su capacidad de llegar a las masas. Las ondas aéreas se convirtieron en el instrumento para inculcar en el pueblo sentimientos de lealtad a los regímenes, pertenencia a la madre patria y lealtad a las instituciones.
En abril de 1917, el gobierno norteamericano ordenó la clausura de todas las estaciones de radioaficionados para dedicar el medio exclusivamente a las transmisiones relacionadas con la defensa. En 1922 en Inglaterra se funda la BBC. En la Unión Soviética es la Gosteleradio la administradora del medio y Yuri Levitan la voz más conocida y autorizada. En 1934 Roosevelt se comunica personalmente con la ciudadanía a través de la radio en sus Charlas junto a la chimenea*; en ese mismo año, Lázaro Cárdenas inaugura la primera cadena nacional de radio para dirigirse al país; en 1938 anuncia la expropiación petrolera por este medio, y en 1939 crea la “Hora Nacional”. Siete meses después del ascenso de los nazis al poder, Goebbels pronuncia un discurso que inicia: “Napoleón habló de la prensa como ‘el séptimo gran poder’. Su significado se hizo políticamente evidente con el comienzo de la Revolución francesa, y mantuvo esa importancia durante todo el siglo XIX. Las políticas de aquel siglo fueron en gran medida determinadas por la prensa. Apenas se pueden imaginar o explicar los principales eventos históricos entre 1800 y 1900, sin considerar la poderosa influencia del periodismo” (Goebbels, 1938).
Vemos en estos ejemplos, entre muchos posibles, la evidencia de que la clase política contemporánea muy pronto entendió y comprendió el potencial de de los medios como vehículo para insertar en el imaginario social la realidad que su propuesta política pretendía construir. En otras palabras, que las imágenes en la mente también pueden ser inducidas (Lippmann, 1929). En abril de 1938 la revista liberal norteamericana The Atlantic Monthy publicó un artículo titulado “Radio in Europe” en donde el autor, al hablar del modelo alemán, destaca:
La radiodifusión alemana fue totalmente reorganizada bajo una concepción totalitaria, bajo un mando central sometido a la voluntad del Dr. Josef Goebbels, Ministro de Propaganda y Adoctrinamiento. A partir de entonces la meta de la radio germana se hizo impulsar los principios del Estado nazi y la única raison d’être de la cultura –música, literatura, educación, información- fue la propagación de la filosofía nacionalsocialista y promover los principios de Alemania y del alemanismo por todo el mundo. La música, “el lenguaje de la humanidad”, fue revalorada sobre la base de sus orígenes y tendencias: a partir de ese momento la música alemana sería una sublimación del espíritu alemán y para ser “alemán” evidentemente se requería purgar a todos los elementos raciales no deseables así como cualquier tendencia moderna que pudiera ser señalada como “arte bolchevique” (Saerchinger, 1938).
 Walter Lippmann entendió bien los alcances movilizadores de la prensa y su función al interior de la sociedad, y llegó a una aguda conclusión: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Mejorar los sistemas de recolección y presentación de las noticias no es suficiente para perfeccionar la democracia, pues verdad y noticia no son sinónimos. La función de la noticia es resaltar un hecho o un evento. La de la verdad, sacar a luz datos ocultos. La prensa, en una de las afortunadas metáforas de Lippmann, es como un faro cuyo haz de luz recorre incesantemente una sociedad e ilumina momentáneamente, aquí y allá, diversos episodios. Y si bien éste es un trabajo socialmente necesario y meritorio, es insuficiente, pues los ciudadanos no pueden involucrarse en el gobierno de sus sociedades conociendo sólo hechos aislados. Sin embargo, el conocimiento de esos hechos, aún aislados, sí contribuye a construir lo que hoy llamamos “la agenda pública”. Lippmann nos previene contra el mecanicismo de que la prensa “inyecta” temas en la agenda, como lo sostuvo la teoría de la “aguja hipodérmica” de Lazarsfeld. Dice que son las “imágenes en nuestra mente” las que funcionan a manera de filtro que discrimina la carga de información, desecha la que colisiona con nuestras creencias y principios, y asimila aquella que se compadece con ellos. Por ello, dos personas de la misma edad, sexo, nacionalidad y nivel de educación, frente a un bosque, pueden ver dos cosas distintas: el uno una reserva ecológica y el otro una oportunidad de explotación industrial (Lippmann, 1929).
Este mismo autor tendría años después un papel protagónico en una escenificación que pudo haber sido basada en su libro: durante la crisis de los misiles cubanos en 1962, el presidente Kennedy le pidió publicar en su leída e influyente columna que en el gobierno se discutía la posibilidad de ofrecer a los soviéticos el desmantelamiento de misiles norteamericanos instalados en Turquía a cambio del retiro de los cohetes rusos en la isla caribeña. Al hacer pública esta información –que en efecto se valoraba en el grupo de crisis- se esperaba medir cuál sería la probable respuesta del Kremlin en caso de que el intercambio se propusiera formalmente. Sí hubo una reacción, pero no la que se esperaba. Por una parte, en la opinión pública norteamericana[1] cundió la sensación de que una negociación que evitara una guerra nuclear sí era posible y el gobierno comenzó a recibir una gran presión; por la otra, los soviéticos endurecieron su postura y dieron marcha atrás en un principio de acuerdo en el que se había avanzado, cuando creyeron percibir en Washington una debilidad.
A lo largo de aquella crisis, durante la cual el mundo estuvo más cerca que nunca del holocausto atómico, los medios fueron unos verdaderos gritones en la plaza pública mundial (Donaldson, 2000). Pierre Salinger era el jefe de comunicaciones de la Casa Blanca, y recordaría:
Hubo momentos de desesperación […] cuando las comunicaciones entre JFK y Kruschev se demoraban horas debido a la total insuficiencia de los canales diplomáticos. Decidimos enviar las declaraciones de JFK directamente a las redes y los servicios de cables, sabiendo que Moscú estaba monitoreando tanto nuestras frecuencias de radio como los cables informativos, y recibiría los mensajes con horas de anticipación. Kruschev hizo lo mismo con Radio Moscú y Tass y la aceleración de las comunicaciones muy bien pudo ser un factor para impedir la escalada de la crisis. Esta necesidad de la comunicación instantánea fue la razón del rápido acuerdo tras la crisis cubana, acerca de la instalación de la línea “caliente” [sistema de teletipo] entre Washington y Moscú (Small, 1972).
3
En la antigua discusión sobre el papel de la prensa en la construcción de las sociedades democráticas, ha habido momentos en que su participación se ha exaltado y otros en las que se ha desdeñado. Por citar dos ejemplos extremos: la aseveración de Tomás Jefferson de que prefería un país sin gobierno a uno sin periódicos, y el desdén de Voltaire, quien consideraba a los periódicos como “el archivo de las bagatelas”.
¿Hasta qué punto la prensa reconoce pero se beneficia de este rol? ¿Tiene realmente la llamada sociedad civil alguna posibilidad de inhibir la pretensión de los medios de ser los paladines de la democracia cuando manifiestamente están lejos de serlo, al menos como continuidad? ¿Existe la posibilidad de configurar mecanismos de comunicación que permitan avanzar hacia el ideal de democracia que cada sociedad tiene?
¿Podemos proponer mecanismos de “autodefensa social” en este contexto? Esta visión pudiese parecer exagerada, pero no lo es si aquilatamos la extensión y profundidad que los medios alcanzan en el tejido social. Quizá un camino inicial pase por desconfiar de afirmaciones complacientes y tranquilizadoras, de la especie: “prensa y democracia se encauzan y determinan recíprocamente”. No hacemos bien a uno ni a otro concepto. No entronicemos a la prensa como defensora de la democracia, démosle la responsabilidad que le corresponde: informar a la sociedad. Sólo en la medida en que se logre la confesión de una responsabilidad, esto es, que la prensa asuma que ésa es la tarea que le toca y que corresponde al resto de la sociedad evaluarla y actuar en consecuencia, incluso políticamente si se requiere, estaremos encontrando el punto de convergencia entre prensa y democracia. Repito la observación de Lippmann: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Perfeccionar la democracia requiere mejores instituciones, no necesariamente más medios. Hoy podemos sintonizar 300 canales de televisión o más, y existen ciudades con más de 30 periódicos diarios e incontables publicaciones periódicas, como sucede en México, en donde sin embargo tenemos a la vista graves y profundos problemas del aparato democrático.
4
La prensa que conocemos repite de alguna manera lo que en la antigua Grecia se conoció como el foro público, llamado por algunos estudiosos contemporáneos la esfera pública. De la misma forma que en aquél, los ciudadanos en principio debían poder reunirse en éste para discutir sobre los temas comunes. Es decir, la prensa como foro de la democracia. Si bien durante los siglos XVIII y XIX la prensa tuvo un rol importante en este sentido, esta función política de la prensa ha sido colocada en un segundo plano y ha sido reemplazada por una función mayoritariamente comercial.
Se debe estar prevenido contra la confusión semántica en esta comparación de los medios con el foro público y el papel que debiera asumir en la esfera pública, pues no basta que un gobierno ofrezca a su sociedad, por ejemplo, un “servicio de difusión pública” para que se garantice el concepto de esfera pública. Por el contrario, la corta historia de la transmisión pública nos ofrece numerosos ejemplos de cómo en el escenario político la mayoría de las empresas de transmisión pública en realidad contribuyeron al control de la esfera pública más que a su expansión dinámica.
¿Hasta qué punto fue crucial para la democracia la aparición de los medios modernos? ¿Se puede hablar de una influencia recíproca? ¿Una sociedad democrática impulsa a los medios o son estos los que ensanchan los cauces democráticos? Y más importante, podría existir una sociedad democrática -como expresión de pluralidad social y política- sin los medios?
Reconozcamos que el papel mediatizador de la prensa está quizá enunciado teóricamente pero no está suficientemente explorado en la práctica ni puesto en tela de juicio. El riesgo social que ello conlleva es la despolitización, el imperio de la falsa comunicación, es decir, la ausencia absoluta de la interacción, la prevalencia de la no-comunicación. La cultura de la pantalla ha reemplazado al pensamiento, y la auto referencia mediática a la prueba de la realidad. Al distraernos, abandonamos el mundo.
En materia de información noticiosa (para diferenciarla de otras conceptualizaciones), la tendencia aparentemente irreversible es hacia la desaparición de los medios impresos.[2] Las llamadas nuevas tecnologías de información y comunicación arrebataron al periódico lo que fue históricamente su función: el proveer noticias.
En el actual contexto, el diario se ha convertido en caja de resonancia de la radio, de la televisión y del internet. La máxima de los veteranos periodistas de que “no hay nada más viejo que el ejemplar de ayer”, debiera deba revisarse para quedar en que “no hay nada más viejo que el periódico de esta mañana”.
5
Aristóteles consideraba que el ciudadano que gobernase debía contar con ciertas cualidades, entre las que destacaba la inteligencia; mas era pertinente que si eran varios los ciudadanos con aptitudes para gobernar, tal responsabilidad cambiara de titular, es decir, se permitiera el ejercicio de gobierno a varios y no a uno solo. Aristóteles preveía así uno de los puntos más importantes pero también débiles del ejercicio de la política: la corrupción que es consecuencia del ejercicio prolongado del poder. Así como esta categoría nos sirve para analizar una actuación pública como la de gobernar, resultaría interesante aplicarla al estudio de los medios en relación con los procesos políticos.
El régimen de propiedad de los medios, generalmente privado, no cancela el riesgo de corrupción debido al ejercicio prolongado de una actividad que, a diferencia de muchas otras actividades comerciales, se nutre justamente del contacto con el poder. Se podría plantear la alternancia en el poder en el manejo de los medios -no en el cambio de propietarios- lo cual cabría perfectamente en un código de ética, tema tan de moda en estos días.[3]
Desde una perspectiva, esta propuesta podría parecer autoritaria -o, peor, ingenua. Se trata en realidad de la necesaria reflexión para distinguir entre lo público y lo privado, que en este punto específico desdibujan sus fronteras. Pero desde la perspectiva que realmente interesa a esta discusión, se refiere a la asignatura pendiente de la prensa: su opacidad.[4]
Los medios ponen el grito en el cielo cuando sienten que los demás actores sociales no responden con la celeridad debida a sus exigencias basadas en el derecho a la información, pero consideran que es una violación a su status someterse al mismo escrutinio por parte de aquéllos.
Debemos preguntarnos si en el fondo no hemos tenido que aprender a vivir con un nuevo fundamentalismo, que podría expresarse así: los medios -como continuidad- se consideran depositarios de la verdad y de las necesidades sociales, sobre todo si de derechos democráticos y de justicia se trata. Pero no sólo por la actividad que les es propia, que es la de investigar y recoger los hechos cotidianos, sino porque el discurso de reclamo democrático consideran haberlo ganado gracias a su experiencia de relación con los grupos de poder.
Siguiendo esta línea de pensamiento, la información no es un bien que se ofrece a la sociedad para que ésta configure los mecanismos de relación que considere pertinentes con el poder, poder que -además- la propia sociedad ha otorgado, sino que se convierte en patrimonio para una relación de poder a poder. Se antoja aplicable a la prensa la teoría de Michels sobre la tendencia a la oligarquía en las organizaciones y en el liderazgo (1911), según la cual el problema de la administración -en una organización estructurada jerárquicamente- requiere burocracia, producto inevitable del principio de organización. Pero el precio que se paga por el aumento de la burocracia, a medida que aumenta la complejidad de la organización, es la concentración de poder en la cumbre y la pérdida de influencia de los miembros de número.
Michels ve en los partidos políticos: privilegio en el acceso a información, control sobre uno o varios medios formales de comunicación y pericia en el arte de la política. Todo ello contribuye a que los dirigentes asuman un liderazgo social. Pero a medida que ellos se fortalecen, se amplía “la incompetencia de las masas” –los militantes-, es decir, la incapacidad de participar en el proceso de toma de decisiones.
Aplicada esta visión a los medios y sustituyendo el término “militantes” por el de “audiencia”, tenemos que la sociedad ya no es capaz de enterarse por sí misma de lo que sucede en su entorno, de lo que sucede fuera de sus fronteras y, sobre todo, no tiene acceso a muchos sucesos de la vida política. Ese espacio en el que la sociedad no es capaz de incidir, incluso por cuestiones prácticas y por la complejidad de la vida moderna, es ocupado por los medios, que adquieren por esa vía el papel de líderes. El hecho podría incluso explicarse por una necesaria división técnica del trabajo: unos informan para que otros puedan estar informados. Pero la realidad es que la actividad propia de los medios les hace acumular poder, tanto frente a otros poderes establecidos como frente a la sociedad a la que dicen servir.
6
Cuando se habla de democracia o de transición democrática y el papel de los medios para llegar a ella, se hace alusión a una tarea específica de la comunicación: la información. Sobre todo la información política, porque se supone -no sin razón- que es ésta la que da o puede dar sustento a una sociedad más deliberativa. Aun más, la discusión sobre el tema suele aumentar de tono en épocas electorales.
Sin embargo, pareciera que esquivar lo concreto se cuenta entre los fenómenos más inquietantes de la historia del espíritu humano; existe una extraña tendencia a apuntar directamente a lo más lejano y pasar por alto todo aquello contra lo que, por hallarse en inmediata proximidad tropezamos continuamente, según nos ha hecho ver Elías Canetti. De ello puede hablar sin ninguna duda el empecinamiento en los conceptos, como lo es la propia relación democracia-comunicación, y el olvido  de nuestra realidad cotidiana en lo que se refiere a la relación que tenemos con los medios (1974).
En materia de comunicación, con lo que tropezamos continuamente es con una gran cantidad de medios cuya oferta es el entretenimiento. Podemos además constatar fácilmente que los empresarios de la comunicación apuestan a ganar por esta vía dado que tal mercancía se vende mejor y más fácilmente. Ergo, las masas lo que están consumiendo son programas de entretenimiento en radio y televisión: música, películas, programas de concurso, series policiacas, dibujos animados o telenovelas. Lo mismo sucede con los impresos.
¿Y la información? Los noticieros -de radio, de TV- y la prensa escrita, tienen naturalmente un público, el que sin duda representa el núcleo más activo, o potencialmente más activo, cuando de discutir asuntos públicos se trata, pero no es comparable con el porcentaje de población cuyos patrones de consumo se orientan al entretenimiento.
Resulta notable que para cierta clase de información que pudiera ser juzgada “poco relevante”, como la deportiva, se exigen hechos “duros”: cifras, realidades, nombres concretos, situaciones, fechas, resultados... mientras que para otra que se antoja de mayor relevancia y que tiene que ver con el análisis de la sociedad, como la información política, se aceptan declaraciones, presunciones, rumores, deducciones y exageraciones.
Luce mucho más realista asumir que el panorama de la comunicación es más amplio de lo que pensábamos y también mucho más accidentado, para ubicar a los medios como un elemento -importante, sí, insoslayable también- en la construcción de una sociedad más democrática, pero de ningún modo como el motor de la democracia. La exigencia de una tarea informativa realizada con honestidad -e incluso la circulación de productos de entretenimiento de mayor calidad-, puede contribuir de modo más concreto a configurar sociedades más reflexivas y más exigentes políticamente. Acaso sea éste un camino más confiable hacia sociedades más democráticas.
Quizá fuera conveniente recuperar la suspicacia política con que fueron escudriñados los hechos sociales en las décadas de los setenta y ochenta -acusadamente las manifestaciones culturales-, con la ventaja de la mirada retrospectiva que nos permite distanciarnos de los determinismos, para fabricar nuevas herramientas de análisis y conocimiento de los medios contemporáneos. Pienso que de esta manera podemos construir el camino que lleve a los medios a la construcción de los valores que exige la complejidad del mundo postmoderno.
Muchas gracias.

Trabajos citados

Cannetti, E. (1974). La conciencia de las palabras. México: Fondo de Cultura Económica.
Deutsch, K. W. (1966). Los nervios del gobierno. Modelos de comunicación y control políticos. Buenos Aires: Editorial Paidós. 1a edición en español: 1969.
Donaldson, R. (Dirección). (2000). Trece días [Película].
Goebbels, J. (1938). The Radio as the Eight Great Power. Signale der neuen Zeit. 25 ausgewählte Reden von Dr. Joseph Goebbels , 197 - 207.
Lippmann, W. (1929). Public Opinion. New York: Free Press Paperbacks. Reedición de 1977.
McConnell, B. M. (1939). Mexico at the Bar of Public Opinion. New York: Mail and Express Publishing Company.
Michels, R. (1911). Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Buenos Aires: Amorrortu Editores. Reedición de 1991.
Rosen, J. (1994). "Hacia una agenda pública  XE "agenda pública"   para el periodismo". Revista Mexicana de Comunicación , 38.
Saerchinger, C. (1938). "Radio in Europe". The Atlantic Monthly (April), 509-518.
Sánchez de Armas, M. Á. (2003). El enjambre y las abejas. Ensayos sobre democracia y comunicación. Xalapa: Universidad Veracruzana.
Turner, F. C. (1968). La dinámica del nacionalismo mexicano. México: Grijalbo, S.A. Ed. 1971.
Vidal, G. (2001). "Amistad". En V. Gore, The Last Empire. Essays 1992 - 2000 (págs. 166 - 178). New York: Doubleday.

Índice onomástico


agenda pública....................... 2, 5, 13
Alemania............................................ 5
Aristóteles........................................... 9
Asociación Binacional de Escuelas de Comunicación de las Californias            2
BBC..................................................... 4
Canetti, Elías................................... 11
Cárdenas, Lázaro.............................. 4
Casa Blanca...................................... 6
Charlas junto a la chimenea............ 4
cine...................................................... 3
comunicación 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 10, 11, 12
democracia..... 1, 2, 3, 5, 7, 8, 11, 12
Deutsch, Karl..................................... 2
esfera pública..................................... 8
Estado de Nueva York..................... 4
Estado nazi........................................ 5
foro público......................................... 8
Goebbels, Joseph......................... 4, 5
Gosteleradio....................................... 4
Grecia.................................................. 8
Hora Nacional.................................... 4
imágenes en la mente...................... 5
información........ 2, 5, 6, 8, 10, 11, 12
Inglaterra............................................. 4
internet............................................ 3, 9
Jefferson, Thomas............................ 7
JFK 6, Véase Kennedy, John Fitzgerald
Kennedy, John F.............................. 6
Kremlin................................................ 6
Kruschev, Nikita................................ 6
Lazarsfeld, Paul Felix....................... 5
Lippmann, Walter..................... 2, 5, 7
medios 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12
Michels, Robert............................... 10
Moscú.................................................. 6
Napoleón............................................ 4
nazis.................................................... 4
nuevas tecnologías de información y comunicación 9
prensa............... 2, 3, 4, 5, 7, 8, 10, 12
programas de entretenimiento. 3, 11
radio....................... 3, 4, 5, 6, 9, 11, 12
radio germana.................................... 5
Radio in Europe................................ 5
Radio Moscú...................................... 6
Revista Mexicana de Comunicación 2
Roosevelt, Franklin Delano............ 4
Rosen, Jay......................................... 2
Salinger, Pierre.................................. 6
séptimo gran poder.... Véase prensa
servicio de difusión pública............ 8
Tass..................................................... 6
televisión....................... 3, 7, 9, 10, 11
teoría de la “aguja hipodérmica...... 5
The Atlantic Monthy.......................... 5
Turquía................................................ 6
UCSN Véase Universidad de California en San Diego
Unión Soviética................................. 4
Universidad de California en San Diego          2
Voltaire................................................ 7
Washington........................................ 7






* Este programa en realidad se originó cuando fue gobernador del Estado de Nueva York, entre 1929 y 1932.

[1] Uso este término a falta de uno mejor. Hablo de reacciones en los medios.
[2] “Los periódicos que consideran que informar es su misión, desaparecerán”. Escucho con más y más frecuencia esta propuesta en foros, mesas y conversaciones.
[3] Creo que esta propuesta es válida para los medios de las sociedades democráticas en general, si bien hay notables excepciones. En otro trabajo he analizado el caso de medios en otros países en donde hay una clara división entre la propiedad de la empresa y la responsabilidad editorial.
[4] En un apartado de un encuentro sobre televisión pública en la Universidad de Berkeley en 1990, el entonces director de Telos, la conocida revista académica española, me confió que ni uno de varios proyectos para estudiar la organización de la prensa madrileña había podido ser puesto en marcha, precisamente por la oposición de las empresas.





 

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