Será por el siniestro clima que nos azota o por el inclemente
avance de la edad, no lo sé, pero mis conexiones sinápticas están
chisporroteando y no hay manera de enfocarlas en alguno de los urgentes temas
que la sociedad espera sean aclarados por los columnistas como el que firma JdO. Así que con la licencia que me dan
mis pacientes y fieles lectores, esta semana desahogaré una ensalada de temas
breves que se han ido quedando en el tintero. Vale.
Lechuga. Creo que
nunca he visto actuar a Demián Bichir, pero me da gusto que sea candidato a un Oscar de la academia. Como padre de una
actriz, entiendo el valor que tienen esos símbolos: pueden estar confeccionados
con latón de segunda mano, pero representan el reconocimiento de los pares. Me gusta la frescura y el
sentido de humor con que Demián se conduce en las entrevistas, pero en lo que
no estoy nada de acuerdo es en lo que dijo hace poco (cito de memoria): “Este
premio no va a resolver ningún problema de México, pero para mi será muy
importante”. ¡No, carajo! Como no me canso de sermonear a mis alumnos, en la
medida en que cada quien cumpla con sus obligaciones y se empeñe en ser el
mejor sin necesidad de que nadie lo vigile, estamos creando un país mejor. Como
dice mi abuela, nadie puede ayudar si primero no se ayuda a sí mismo. Así que
tu Oscar, Demián, si lo obtienes,
ayudará a resolver un grave problema nacional, el de la autoestima que hoy
parece tener como ejemplo sólo al panbol.
(Nota bene: se dice que cuando se
creó la estatuilla había la intención de llamarla “Hombre de hierro”, mote que
no pegó. Y entonces una señora Herrick que trabajaba en la Academia comentó que
el mono se parecía a su tío Oscar… y ya sabe usted qué pasó.)
Jitomate. Leo a
Martín Caparrós en Letras libres (“El
regreso de Robin Hood”, diciembre de 2011) y se me ponen de punta los vellos
desde el cogote hasta la zona sagrada. El gran entrevistador, el periodista
implacable, el pelón de mirada feroz que partió a la India en busca de Sai
Baba, el riguroso maestro de literatura y periodismo que una vez declaró ante
sus alumnos: “Me gusta salir a hacer una crónica porque me parece que me pongo
primitivo, que recupero ese atavismo del cazador que sale a ver qué encuentra”,
ése mismo, ¡se compró una Kindle! ¡Oh
manes, está próxima la decadencia de Occidente! Pero esto no es lo peor: agobiado
por el remordimiento de su debilidad, a lo largo de muchas cuartillas justifica
su felonía con argumentos alambicados que van desde el precio bajo del
aparatejo (¡hágame el refabrón cavor!) hasta su capacidad para almacenar tres
mil libros… que sin duda podrá leer simultáneamente, je. He colocado veladoras
para que desde el monte sagrado de los libros se lance un rayo que funda la
batería de la Kindle de Martín Caparrós
antes de que su traición se convierta en mal ejemplo y cunda entre una juventud
de por sí ayuna de valores. A ver dónde lee entonces.
Aceite y vinagre. Se
ha publicado que el venerable Museo del Orsay irá a los tribunales para demandar
a una empresa de lencería. Esto no es un happening
para airear el mohoso ambiente del repositorio y atraer a los jóvenes que
ni por equivocación ponen pie en esos templos, no. La historia es que un
ramillete de frescas, guapérrimas, correteables (y alcanzables) chicas llegó a la
galería. Las zagalas se quitaron los abrigos y danzaron entre los provectos
visitantes que según testimonios en youtube
para nada se escandalizaron. Era un ardid publicitario. Aaah, pero los
severos patronos de la institución, cual personajes de Intolerancia (1916, dirigida por David Wark Griffith),
desempolvaron los cilicios, aceitaron el potro, alinearon la dama de hierro y se lanzaron a la caza
de las inmorales que mancharon el recinto. Al cierre de esta edición no era claro
si además de cárcel y multa para las pecadoras y sus patrocinadores la
directiva del Museo del Orsay organizaría un Tedeum y procesiones de desagravio. Y si esto pasa en la capital
del amor, ya podemos imaginar lo que está sucediendo en otras partes.
Hierbas finas. Yo no
estoy de acuerdo con Silva Herzog en su denuesto de los camaradas del PT que
andan por los rincones con vestiduras rasgadas, crujir de huesos y ceniza en el
pelo por el óbito de Kim Jong Il, heredero del llorado Kim Il Sung. Chucho es demasiado joven para
comprender el dolor que asaetea el alma de los viejos cuando sienten que la
historia se les escapa entre los dedos nudosos. Pero hablemos del verdadero amado líder, el padre de la República de
Corea que durante felices años condujo a las masas en lo ideológico, lo técnico
y lo cultural con su “revolución continuada”, el mismísimo que recibía en el
palacio de Pyongyang a delegaciones de intelectuales y periodistas que
peregrinaron para dar fe de la nueva luz. Recuerdo que la ruta Pyongyang –
Pekín – Praga – Harare – Habana fue más célebre que el Camino de Santiago. En
el frescor del Nivel, del Negresco, de La Castellana y otros santuarios,
escuché de queridos amigos míos, hoy ya enviados especiales al más allá,
aventuras que dejaban chiquito a Ulises y hacían de Miguel Strogoff un
mandadero. Y supe de espectaculares hazañas del gran líder. Recuerdo dos en
particular. En la provincia de Hwanghae, Kim Il Sung visitaba a floricultores en
crisis por la sequía, la falta de créditos y la competencia desleal de los
odiados capitalistas del sur. Pero el líder comprendió que el problema no era
económico, de producción o del clima, sino del deterioro del celo revolucionario.
Así que los arengó durante varias horas y su homilía revivió la llama de la revolución,
con lo que las flores se multiplicaron y medraron en color y perfume. Poco
después el amado líder se presentó en
una cooperativa editorial en donde encontró un panorama sombrío. Las revistas y
periódicos perdían lectores; los libros languidecían en los anaqueles. De nuevo
el gran hombre detectó las causas:
los redactores, los fotógrafos, los poetas y los diseñadores habían caído en la
autocomplacencia y en el personalismo pequeñoburgués. Kim Il Sung procedió a
corregirlos y como padre amoroso los llevó por el camino de la autocrítica
revolucionaria, con lo cual regresaron al mercado y capturaron lectores en las
provincias más alejadas. Así que más respeto a las nostalgias revolucionarias,
señores analistas.
Sal y pimienta. Un video que muestra a cuatro marines orinando sobre cadáveres de
supuestos talibanes tiene con el grito en el cielo a los fariseos del planeta.
Dura poco menos de un minuto, y en el audio se alcanzan a escuchar las risas de
los jóvenes. Uno de ellos dice que “a esos compas les hacía falta una ducha”,
mientras se sube el zíper y se aleja satisfecho por el deber cumplido. En
Washington, los funcionarios del gobierno que ordenó la invasión, los
legisladores que aprobaron los millones de dólares que ha costado y los
supervisores de Abu Ghraib y Guantánamo se mesaron los cabellos y se rasgaron
las túnicas por el brutal espectáculo. Y quizá desde el santo rescoldo en donde
reposan, los prohombres Polk, Roosevelt, Truman, McNamara, LeMay, Dulles, et al, se hayan sumado a la indignación
por un episodio que empaña sus hazañas patrióticas (bombardeo atómico al Japón,
cien mil muertos con bombas de napalm,
guerra no declarada en Vietnam, política del interés sobre la amistad,
declaratoria de inferioridad racial para todo americano no estadounidense, guerra
contra México y un largo etcétera). Y todo porque unos muchachos que no
terminaron la secundaria en Alabama o Kentucky se condujeron como millones de los
wasp que ven en los demás pueblos a
seres inferiores dignos de ser meados. ¿Exagero?
Creo que no. Seguro estoy que esos chavos están en una celda de Fort Bragg
preguntándose qué fue lo que hicieron mal. Después de todo son herederos de
soldados como el coronel John Pickett, quien reportó en una de
sus cartas que los mexicanos eran, “[una raza] de mandriles degenerados...
ladrones... asesinos... villanos y parias...”, además de proponer: “no creo
necesario abundar en las enormes ventajas que la Confederación obtendría de los
ilimitados recursos agrícolas y minerales de México, así como de la posesión de
la invaluable vía del Istmo de Tehuantepec… Los españoles son ahora nuestros
aliados naturales y en alianza con ellos podemos tomar posesión del Golfo de
México y llevar a cabo el reparto de este magnífico país”. O esta otra joya del
presidente con apodo de osito, Teodoro
Roosevelt, en uno de sus libros, a propósito de quienes pedían respeto a los
pueblos originarios que eran masacrados: “Es verdaderamente estúpido, inmoral y
perverso y puede entorpecer el proceso de una conquista que podría llevar a
continentes enteros a convertirse en naciones civilizadas y florecientes. Todos
los seres humanos con mentalidad sana y amplia deben rechazar la idea de que
esos continentes se deben reservar para las tribus dispersas y salvajes, cuya
vida es poco más o menos tan sin sentido, miserable y feroz que la de las
bestias con las que conviven”. El tío José o el tío Adolfo habrían suscrito esta
manera de pensar. Así que ¿por qué tanto escándalo por unos pobres muchachos en
uniforme que sólo repetían una conducta aprendida?
Aceitunas. En Nevada,
las relaciones sexuales sin condón son ilegales; en Harrisburg, Pennsylvania, es
contra la ley mantener relaciones con un camionero en el compartimiento de
herramientas; la ciudad de Newcastle, Wyoming, prohíbe la misma actividad en
los refrigeradores de las carnicerías y los severos padres de la Patria
mantienen en Washington D.C. la prohibición de hacer el amor en cualquier
postura que no sea la de cara a cara; el estado de Washington prohíbe el
contacto íntimo con una virgen en cualquier circunstancia, ¡incluyendo la noche
de bodas! Estados en donde el sexo oral es ilegal y se penaliza: Alabama,
Arizona, Florida, Idaho, Kansas, Luisiana, Massachusetts, Minnesota,
Mississippi, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, Oklahoma, Oregón, Rhode
Island, Utah, Virginia y Washington D.C. Estados en donde una erección evidente
a través de la ropa (y denunciada, supongo) constituye una infracción: Arizona,
Florida, Idaho, Indiana, Massachusetts, Mississippi, Nebraska, Nevada, Nueva York,
Ohio, Oklahoma, Oregón, Dakota del Sur, Tennessee, Utah, Vermont, Washington
D.C. y Wisconsin. En Willowdale, Oregón, es un delito que un marido susurre
“palabras sucias” a su esposa durante el coito, mientras que en Clinton,
Oklahoma, es ilegal masturbarse mientras se observa a una pareja hacer el amor
en un auto. Y se pone mejor: la ciudad de Kingsville, Texas, castiga el apareamiento
de puercos en el perímetro del aeropuerto; en Fairbanks, Alaska, un bando
municipal veda los de alces en las aceras de la ciudad, y en la muy liberal
California el condado de Ventura impide que los perros y gatos se hagan el amor
(no se especifica si cruzados o con su misma especie) sin un permiso del
Cabildo.
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